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sábado, julio 15, 2006

Osvaldo Eligio Larancuent (2) - Sobre la vida - In Memoriam

Don Osvaldo se levantaba bien temprano. En el pasado su hora para despertar eran las 5:00am, colaba café que siempre le gustó, encendía un cigarrillo y se sentaba en una mecedora de caoba, con su espaldar y sentaderas tejidas en guano, que crepitaba mientras se mecía. En sus últimos tiempos, sólo se sentaba en la mecedora en las tardes o en las noches para ver la televisión en la Sala. Estas mecedoras tenían una especial significación para él, pues fue uno de los regalos de bodas que su madre, doña Ana, le obsequió. Así que aunque se seguía levantando temprano, ahora su espacio era la cocina. Allí, cerca de un gran ventanal, se sentaba en una silla de plástico sin brazos, con un cojín amortiguando sus sentaderas. Si no estaba allí, la arrastraba, hasta que llegaba. En caso de no estar fregados los trastes, hacía lo propio. Recogía la basura en una bolsa, y las dejaba listas, para que alguno de nosotros en la salida hacia el trabajo, la lleváramos al basurero.

Luego, llamaba al colmado a que le enviaran dos cajetillas de cigarrillos Malboro, mientras encendía alguno que le quedara, y uno tras otro, esperaba a que se levantara mami, mis hermanas o yo mismo, y colaran café. En algunas ocasiones madrugué aproximadamente a las seis y mientras colaba el café, iniciábamos una conversación temática, como la siguiente:

Padre: ¿Cómo está Sr. Larancuent?

Hijo: Bien papi... ¿colaste café?

Padre: No, aún no.

Hijo: Pues ¡lo colaré! (mientras hablan el Hijo toma la greca, la desenrosca , lava el tazón inferior y la superior, enjuaga, seca, echa agua, polvo de café, re-enrosca, prende la hornilla, y pone la greca)

Padre: ¿Te pasó algo, que madrugaste?

Hijo: (sonriendo) No pude dormir bien, la noche estuvo calurosa, y di muchas vueltas.

Padre: (luego de una chupada del cigarrillo, que penetraba en todo su cuerpo, y aspirarlo por la nariz) Sí eso pasa a veces.

Hijo: ¿Y tú cómo te sientes?

Padre: Estoy bien. Ya sabes, esperando mi momento.

Hijo: ¡No hables así!

Padre: ¿Por qué dices eso? Seamos razonables: Soy un hombre de 68 años; con cuatro hijos todos ya graduados en la universidad, con una profesión, productivos y con familias y hasta nietos, y otros ya pensando en nuevas oportunidades. Yo disfruté mi juventud, mi vida, tengo algunas propiedades que en caso de contingencias puedo disponer de ellas; hice alguna obra pública como contratista de la que me siento orgulloso, y tengo una esposa, tu madre, por casi cuarenta años, que a pesar de todos nuestros pleitos y complicaciones, amo, me quiere y soporta. (El café comienza a colar, dejando escapar su olor característico, y el Hijo levanta con el mango de una cuchara la tapa, a ver cuán rápido va subiendo)

Hijo: Entiendo, lo estás diciendo en serio. Sientes que te has desarrollado... y ya estás en el ocaso de tu vida.

Padre: (Sonríe) Lo dices bonito, pero así es. Ves que no es tan difícil de entender. La gente se asombra cuando uno expresa este tipo de satisfacciones, y siente que está preparado para despedirse de la vida. Lo que no haré nunca será acelerar ese proceso, pero estoy listo.

Hijo: Pero siempre hay que plantearse nuevas metas, porque entonces ocurre que uno se siente vacío y sin razón de ser.

Padre: (Toma una bocanada de humo de su cigarro...) Eso de las metas está bien para los jóvenes. Uno pasa su vida de meta en meta, al inicio de la vida son bastantes, y se van cumpliendo; en la edad media, sus metas son lograr algunos ahorros para su vejez, para evitar que uno constituya una carga para los otros en su convalescencia. (el Hijo le sirve en un pozuelo de mediano tamaño, se lo pone sobre el lavadero donde le gusta tomarlo, y él en un taza más grande, que antes de probarla acerca a su olfato)

Hijo: Me imagino que ese es un triste momento en la vejez. La incertidumbre de cómo terminará todo. (el Padre toma un sorbo de café vaporoso)

Padre: Esa es una pregunta de siempre. Cuando uno es joven teme más a la muerte, ya que está lleno de vida, y lo que espera es disfrutar de ella, además tiene muchas metas. Tal y como dices, cuando uno ya es un anciano, la resistencia a ella se mantiene, como un miedo natural al fin de nuestra vida. Pero entonces uno comienza a meditar sobre esa vida. Creeme, tengo mucho tiempo para eso. Yo desde estas ventanas, conociéndolos a todos ustedes, a los que nos rodean, es fácil analizar a todos y sacar sus propias conclusiones sobre los grandes temas.

Hijo: Sí, hay veces en que te observo con un gran sentido de penetración en mi pensamiento, y hasta lo adivinas.

Padre: Es que te conozco. Además los comentarios tuyos, de tu madre, tus hermanas, tus amigos y amigas, permiten confirmar o recibir información antes de que me la de directamente alguno de ustedes. Y además como te digo, tengo todo el tiempo para escuchar, y meditar sobre lo que dicen y hacen.

Hijo: (escondiendo la sonrisa, tras el sorbo del café humeante) Entiendo.

Padre: Pero volviendo a mi persona. Sí hay metas que tenemos en esta etapa, aunque realmente son preocupaciones, y son en función de nuestro tiempo que se agota.

Hijo: ¿A ver?

Padre: Ya he mencionado algunas. Pero te enumeraré, y luego las abordaremos por separado: 1) El miedo a morir en soledad; 2) El miedo a morir sin reconocimientos; 3) El miedo a morir sin suficiente economía para un entierro decente.

Hijo: Veo que son miedos terribles. Pero no creo que en tu caso apliquen, pues te queremos y siempre puedes contar con nosotros.

Padre: Te he dicho que he tenido tiempo para meditar. Y créeme, tal y como dices son terribles, y más escuchando o leyendo diariamente lo que ocurre con personas en mi estado en todos lados, donde la mujer y los hijos no tienen la magnanimidad de acompañarlo con tolerancia a la muerte. En mi caso yo estoy seguro de que ustedes son magnánimos. Pero sabes, eso sólo se sabe en verdad, cuando llega el momento. Es algo espontaneo y creo que maravilloso. Ahí uno sabe si da ascos, o si es querido.

Hijo: Quizás tengas razón.

Padre: He visto familias que a pesar de lo mucho que quieren a sus padres. Estos en su vejez, llegan a estar en un estado de demencia, acritud, histeria y hasta amnesia terribles; y les hacen muy dificil el cuidarlos y mantenerlos a su lado. Los tienen que llevar, con los mayores sacrificios y tristezas, a un manicomio, a un hogar de ancianos, o a un hospital especializado.

Hijo: ¡Qué triste! Conozco casos así.

Padre: Sí. Te digo, que yo desearía una muerte pasiva, donde siempre los reconozca, donde mi dolor lo sientan a través de mi silencio, y estar con ustedes hasta el último momento. Pero nuevamente, eso es un deseo, sólo el tiempo lo dirá. Pero aquella, aquella es una muerte en soledad.

Hijo: Papi, tu estarás con nosotros siempre. Jajaja. Admito que siendo joven tus momentos de cólera eras insoportable y nadie podía estar ni cerca. Pero eran momentos. En esos momentos de pleito había que dejarte el blanco. Si en tu convalescencia llegaras a esa histeria de tus mejores tiempos, serás un viejo complicado... pero ya nos las arreglaremos.

Padre: (respirando hondo, y tomando una bocanada de cigarrillo, ya en el último cabito). ¡Los quiero mucho!

Hijo: Nosotros también te queremos... pero en ese tema de los hijos, y sus padres envejecientes, tú eres nuestro modelo.

Padre: (Enciende otro cigarrillo) No es fácil cumplir con el deber. Eras muy joven para recordar a mi madre...

Hijo: A pesar de eso, la recuerdo ya muy enferma. Apenas hablaba, sólo susurros; se conducía lentamente, y la mayor parte del tiempo en convalescencia.

Padre: A ella, a Mamá, le di todo el soporte que requeria en sus tiempos postreros. ¡Cuánto la amaba! Murió en el tiempo donde mis mejores oportunidades como profesional se presentaron, y a pesar de eso nunca le faltó la cobertura de sus gastos médicos, o de manutención durante su enfermedad. Vivía en casa de Diana.

Hijo: Creo que yo tenía unos 7 años para esa época.

Padre: Sí, me sorprendo que recuerdes algo de ese entonces.

Hijo: También a tu padre le diste el soporte en salud y gastos. Y sé que no te llevabas muy bien con él. Siempre has dicho que él fue causante de su muerte.

Padre: Sólo digo que mi madre fue la encargada de nuestra educación, nuestra alimentación y nuestro éxito. No obstante, él fue mi padre, me dió la vida, y eso le agradezco. Así que estuve con él cuando lo necesitó. Él fue un afortunado en la vida. Hizo poco, y lo recibió todo.

Hijo: Eres un hombre noble!

Padre: No abundemos en eso. Cambiemos de tema. El otro tema que me ha preocupado, son los reconocimientos...

Hijo: Sí, pero no será en este momento... hablaremos luego.

...continuará

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