Partiendo de lo dicho, existen principios implícitos, que surgen de la educación y que representan valores como son la honradez, el valor, el respeto, la lealtad, entre otros. También los hay explícitos que se forman por el compromiso asumido al plantear un objetivo bueno, útil y verdadero.
El verdadero hombre de principios tratará de ser consistente en el tiempo, y coherente, con los objetivos que busca. Los principios serían piedras o zapatas que soportan el logro sobre fuertes valores lanzados.
En la historia de la humanidad se ponen muy de moda los manifiestos, principalmente cuando grupos de hombres se asocian por una causa común. Donde expresan públicamente sus intenciones, motivaciones y principios en los que se sustentan.
Explicaba Rousseau en el famoso Contrato Social, que cuando los hombres se agrupan en sociedad, toman una importante decisión. Deciden dejar la libertad natural, esto es la llamada ley del más fuerte, donde el más fuerte establece la ley mientas lo sea. Y evolucionan hacia una libertad social; en la que --parafraseando a Benito Juárez -- el respeto al derecho ajeno es la paz.
Pero bien visto, este derecho está contenido en leyes, que precisamente se basan en principios para garantizar la supervivencia, con calidad, de los que han firmado ese pacto, y donde se crean instituciones que resuelven disputas, mediante la fuerza y rigidez de la ley. Eso sería la constitución, que tanta sangre, guerras y sacrificios necesitó para que sea reconocida por las autoridades, antes reyes de origen divino; ahora escogidos por nosotros, esto es primus inter pares (los presidentes son líderes entre ciudadanos iguales ante la ley).
En una sociedad moderna como la nuestra, todas las acciones que realizan los escogidos para gobernarnos, están amparadas en la cooperación de todos. Cooperación para votar, para colaborar con nuestro esfuerzo, para pagar impuestos. Los diferentes poderes del Estado se nutren de nuestro apoyo económico y participativo para lograr sus objetivos. Que deberían ser los nuestros.
