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miércoles, junio 28, 2006

La constitución... ¿un pedazo de papel?

A principios del siglo XIX, específicamente el 2 de mayo de 1815, el rey de Prusia, Friedrich Wilhelm III prometió dar una constitución a su reino, para motivar la expulsión de Napoleón de su territorio. Una vez echado Napoleón, olvidó la promesa.

A partir de entonces se generó una lucha de poderes de las diferentes clases dominantes en ese período histórico de la antigua Prusia, hoy Alemania. Fundamentado en un régimen feudal, pero que marchaba velozmente hacia una nueva sociedad influida por el espíritu revolucionario que Napoleón había llevado en su permanencia.

La sociedad instituida a la sazón luchaba con acritud entre las diferentes clases que la componían: militares, aristócratas, burgueses y obreros. Lucha que llegó a su punto más álgido con el precedente de marzo de 1848 cuando la burguesía y la clase obrera se unieron contra la monarquía y la aristocracia obteniendo aunque triunfos simbólicos, bases teóricas determinantes.

Decimos triunfo simbólico, pues aunque esa constitución estableció el estado de derecho demandado por la sociedad, los elementos que esta incluía eran más que todo aspiracionales. El poder real, es decir el militar y económico, era detentado por la aristocracia, que ostentaba una actitud intolerante al cambio. De hecho, el 17 de abril de 1847, un año antes de esos acontecimientos, se hizo famosa la frase de Friedrich Wilhelm IV, heredero del rey anterior, mencionado más arriba, célebre por la audacia con que fue pronunciada como por el cinismo político que significa, y de todos nosotros conocida pues alude a la constitución, y en la que expresaba. Veamos: “Me creo obligado a hacer aquí la solemne declaración de que ni ahora ni nunca permitiré de que entre el Dios del cielo y mi país se deslice una hoja escrita a guisa de Segunda Providencia...” y cuya hoja escrita fue bautizada por Lasalle como “pedazo de papel”, pues no estaba sustentada en un proceso de negociación participativa de los diferentes sectores nacionales de Prusia, sino que fue la propuesta teórica de la clase burguesa y obrera a quienes detentaban el poder real.

Este señor, Ferdinand Lasalle (1825-1864), figura protagónica en esas luchas políticas y de clases, dictó una serie de conferencias tratando de concienciar a la sociedad de la importancia de una constitución[i].

Lasalle discurriendo pacientemente, descomponiendo las partes, explicándolas detalladamente a través de argumentos claros, razonables y entendibles llega a la definición de que en esencia la Constitución, es la suma de todos los factores de reales y efectivos que rigen en la sociedad.

Sin embargo, decía que esa definición, para ser traducida, necesitaba ser asentada en un documento jurídico donde se establezca un estado de derecho, y en el que para ser redactado deberían participar los diferentes sectores que componen la sociedad de ese país. Sólo de esa forma integrada, consensuada y negociada entre esos sectores se lograría una constitución equilibrada que refleje los derechos, el carácter real y los deseos de superación sobre la cual se desarrollaría la sociedad que la redacte.

Porque la Constitución es la que garantiza el respeto igualitario, desde un punto de vista jurídico, de los integrantes de la sociedad. Y decimos desde un punto de vista jurídico, pues es un secreto a voces, y permítanme decirlo también en voz baja, que otro tipo de igualdad no existe, ya que la naturaleza misma dota a cada cual con aptitudes, habilidades, vicios y virtudes diferentes que le ayudan a obtener los éxitos o caer en fracasos de los que se hacen merecedores por su actuar. Obviamente, las leyes deben estar bien redactadas, esto es orientadas al bien común; que fortalezcan y premien la virtud sobre el vicio, lo cual siempre será deseable en una sociedad ideal como en la que nos gustaría llegar a vivir.

Si no existieran esas leyes que nos dan una igualdad social --y a las que estamos suscritos desde que nacemos, pero luego refrendamos al convertirnos en ciudadanos--; a través de ese “Contrato Social” que es la Constitución, entonces esas aptitudes con las que nos dota la naturaleza no sólo acentuarían nuestras diferencias, sino que –y aquí parafraseo al filósofo francés J.J.Rousseau (1712-1778)[ii]justificarían la adopción de la ley del más fuerte o ley del garrote, convirtiendo la fuerza física en derecho y el temor en deber.

Lamentablemente nuestra conciencia, nuestros deseos de superación, nuestra visualización del desarrollo de nuestra familia, y esta de sociedad en que vivimos, no aceptan una vuelta atrás.

Estamos ante una crisis dirían los pesimistas históricos (o los realistas bien documentados como definirían otros). Pero las crisis son una oportunidad para fortalecer el debate de las ideas, aspiraciones y derechos –si es que vivimos en una verdadera democracia—. Ya las decisiones no deben descansar sólo en los partidos políticos, en los gobiernos de turno o en los legisladores, detentadores del poder real: deben cedernos participación en las decisiones a nosotros —a Ud., a mí y a todos los ciudadanos tanto individuales como organizados-- derechos reales de poder. Tenemos las huelgas, que adolecen de un estigma grave que las ha desprestigiado. También las encuestas que son una forma anónima de opinión, que establecen tendencias pero no obligan a nada.

Sin embargo, queremos decir lo que pensamos, que nos escuchen Nuestra opinión no puede demorar tanto como cuatro años, e incluso no debe ser objeto de reinterpretación, revisión y/o extensión sin nuestra participación. Las crisis que desde siempre se han sucedido no han contado con nosotros, ciudadanos ricos o pobres, con negocios o empleados, saludables o famélicos, maduros o inmaduros, pertenecientes a partidos políticos o no, analfabetos o estudiados.

Queremos una constitución, pero una constitución en la que estemos representados. No un pedazo de papel, escrito con lápiz de carbón, cuya borra manchada ha hecho ilegible su contenido. No, redactémosla en letras de oro, para que aprendiéndola y asimilándola sea nuestro marco conductual y de desarrollo en nuestra sociedad.

Tenemos precedentes: según nos cuenta Tito Livio, clásico de la literatura latina, en su obra “La Legendaria Roma”[iii], las leyes romanas se redactaron, luego de mucho debate, mediante adaptaciones de otras leyes y una asamblea de prestigiosos representantes de la sociedad de la época, dando lugar al famoso “código de las doce tablas”, compendio de leyes que desde entonces fue memorizada de forma obligatoria por todos, desde la niñez.

Nuestra constitución que como todos sabemos ha sido modificada casi dos decenas de veces desde su lanzamiento a mediados del siglo XIX, seguirá siendo modificada tantas veces como crisis u oportunidades políticas se presenten, si no agregamos recursos legales que distribuyan más el poder y aumenten nuestra participación, nos den voz y voto.

Para la redacción de esta carta sustantiva, es justo tomarnos el tiempo requerido, pues es una tarea delicada, que exige virtud, responsabilidad y dedicación. Debe iniciarse su modificación cuanto antes sin prisa, pero iniciar ahora, no para insertar elementos particulares y ridículos que fortalezcan el continuismo, el despotismo y la ineficiencia, sino reflejando el espíritu de superación de nuestra sociedad, que quiere desarrollarse acercándose a la virtud y a la libertad social que merece bajo las normas que el espíritu de leyes justas y cristianas predica.

Mi deseo en este momento reiterativo de nuestra historia es que la luz de la virtud prevalezca en la conciencia de nuestros líderes, cuyo legado nos sirva de faro y pavimente el camino hacia el futuro; obstaculizándo la permanente y tradicional anarquía o el desorden social que han prevalecido en nuestra sociedad desde el mismo descubrimiento.

Obras consultadas:----

[i] Lasalle, Ferdinand. ¿Qué es la Constitución?. Ediciones El Aleph. 1999. Extraído del libro Obras Completas (“Neue Gesammelte Ausgabe”, Ed. Bernstein) Vol. I.
[ii] Rousseau, Jean-Jacques. El Contrato Social. Alianza Editorial. 1985.
[iii] Livio, Tito. La Legendaria Roma. Biblioteca Clásicos Latinos. Círculo De Lectores. 1999.

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