Páginas

martes, junio 27, 2006

Bienvenida

¡Qué importa ser de origen humilde y llegar a la grandeza,
cuando la virtud y no el vicio es quien premia!

Al hablar de la historia y costumbres de Egipto hace ya más de 4,000 años, Heródoto De Halicarnaso, en el libro II de sus famosos Nueve Libros de la Historia, cuenta una anécdota ocurrida al Rey egipcio Amasis, que con gusto le remito para beneficio de su columna y sus asiduos lectores, entre los cuales me incluyo.

Antes de ser ungido, y ejerciendo funciones de ministro del Rey Apríes, fue enviado por éste para amonestar a los líderes de una sedición en su contra, motivados por que los había mandado a una guerra perdida, con la intención—pensaban ellos—de eliminar al ejército y mantenerse sin dificultades en el frágil poder de los mercenarios que lo defendían.

Sucede que Amasis gozaba de gran respeto entre los conspiradores, y mientras servía de mediador, fue coronado Rey, y pareciéndole bien el honor enfrentó a Apríes en una famosa batalla donde más pudo el espíritu patrio de la milicia, que el de mercenarios que servían al reino.

En fin, consolidando Amasis su poder como Rey absoluto, no obtenía el respeto de sus vasallos, debido a su origen humilde, oscuro y plebeyo. Sin embargo, poco a poco fue venciendo esta resistencia inicial, sin violencia, con arte y discreción.

La más sobresaliente de estas artes fue su decisión de tomar, de entre muchas ricas alhajas que poseía, una bacía de oro utilizada por sus convidados para lavar sus pies. La mandó destrozar y fundir, para hacer de ella una estatua creando un nuevo dios. Esta, fue consagrada y ubicada en el sitio de la ciudad más encumbrado y visible, de tal forma que con mucho fervor y adoración, el pueblo la honró.

Apercibido de lo mucho que era honrado por sus vasallos este nuevo ídolo, les mandó llamar y les declaró que el nuevo dios había salido de aquel vaso vil de oro en que ellos mismos solían antes vomitar, orinar y lavarse los pies; y era grande sin embargo el respeto y veneración que al presente les merecía, una vez consagrado. “Pues bien, añade, lo mismo que con este vaso ha pasado conmigo, antes fui un mero particular plebeyo, ahora soy vuestro soberano, y como tal me debéis respeto y honor”.

Con tal amonestación y expediente logró de los egipcios que estimasen su persona y considerasen como deber servirle.

No hay comentarios: