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domingo, diciembre 26, 2010

Ciudadano ejemplar

Escrito en algún momento del 1995. Publicado sin correcciones... hoy en los últimos días de 2010.

Este documento que presentaremos a continuación, fue descubierto en la celda donde murió un prisionero que fue condenado a cadena perpetua. No se sabe por qué razones lo escribió, ni basado en qué; pero el análisis del mismo nos ha llevado a suponer que su condena tiene algo que ver con el relato. Es decir, que quizás la persona a quién él describe, sea él mismo...

***

Últimamente estoy obsesionado. Mi mente recibe el acoso constante de la rebeldía contra mi persistente idea de olvidar sucesos que no me interesa recordar.
Pero cómo evitarlo, soy un perseguido de la consciencia y mi propósito al escribir la historia de esta persona es que comprendan la obsesión que me acosa.
Imaginen un laberinto donde cualquier senda en el orden izquierda-derecha lleven al caminante a su centro. En él encontrará un animal que le envestirá y en cuya lucha estará la vida. Pero el caso que voy a referir es el de una persona que entró al mismo para perderse, no para encontrar ningún centro o defenderse de ningún animal.
¿Por qué esta necesidad de perderse?, quien sabe. ¿Cómo llegó a este momento en la vida, en que se encontró ante una decisión como tal?, ya lo verán en el desarrollo de esta historia.
Miguel era su nombre, omitiré el apellido por razones obvias.
Llegó una tarde a este barrio y a esta habitación. La compartimos hasta el suceso que es el meollo de este relato.
Corpulento, de caminar desafiante, de pelo crespo, amarillo -el barrio lo bautizó con el apodo de jabao’-. Siempre presto a resolver cualquier problema. Leía en abundancia y su idea fija era ser un ciudadano ejemplar. Y lo era. Se hubiera mantenido como tal de no ser por ...
Una muestra de lo que digo fue aquella ocasión en que, arriesgándose a morir, entró a una guardería infantil -que se consumía por la explosión de un tanque de gas- y salvó, él solo, a 24 niños y 2 enfermeras que se vieron atrapados por las asfixiantes cortinas de fuego. El barrio primero lo premió con su reconocimiento, el pueblo lo hizo su héroe y de ahí en adelante no se hacía nada sin su colaboración.
Sus conversaciones eran lacónicas. Respondía con monosílabos y gravedad. A veces dejaba salir de sus labios una que otra frase sentenciosa que se convertía en máxima o enigma.
Una vez un grupo de señoras, preocupadas por el número de muertes por aborto, se acercaron a nuestra vivienda y le pidieron que las ayudara a colectar firmas y adeptos para condenar y rechazar su legitimación. Contrario a lo que pensaban, se negó y agregó con su acostumbrada gravedad:
“Si no lo legalizan morirán más...”
Todas se miraron asombradas, le discutieron, lo criticaron, más todo esfuerzo de seducirlo a participar fue inútil. No agregó una sola palabra.
En otra ocasión, unos señores discutían sobre temas religiosos y lo llamaron a participar en el debate, preguntándole qué pensaba él sobre los flemáticos evangélicos y los liberales católicos:
Viéndose en una situación embarazosa, pues de ambos lados, y presentes, tenía amigos. A esto, respondió como sigue: “Ambos bandos se esfuerzan en negar sutilezas de Dios, a quien se permiten interpretar según sus conveniencias...”
Ninguno comprendió la respuesta, exigieron de él que abundara, que se explicara. Y a pesar de los reproches que le hicieron, y del hostigamiento con que fue perseguido, no brotó más sonido que el del silencio.
Era una persona, como habrán notado, controversial. Sin embargo, a pesar de lo intelectual que pudiera ser su pensamiento, de lo misterioso de su silencio y de la aparente pobreza de los harapos que lo vestían, era, según la opinión de todos, rico en felicidad, transparente en su manera de actuar y, apasionado con la compañía de los niños. Tenía un corazón inmenso, eso todos lo reconocían y estaban de acuerdo.
Si veía que los niños jugaban, si se iban de paseo, si los veía aburridos; se les integraba con infantil entusiasmo, cuál un guía turístico, los acompañaba con interesantes referencias a los lugares que visitaban; y, con los más divertidos chistes y más ingeniosos cuentos, creaba un ambiente lleno de agradables risas y carcajadas.
¿Cómo podía cambiar de una forma de ser a otra? nunca, nadie lo entendió. No tenían por qué tampoco. Ninguno sospechó que eso pudiera ocurrir en él, total, soy muy discreto, y siendo el único testigo de su extraño comportamiento en soledad, era obvio que esto no trascendiera.
A pesar de ser un enigma me dije que, antes de denunciarlo, descubriría su verdadero secreto. Siempre los hay. Y yo sabía que él guardaba algo oscuro dentro de sí.
***
El lector pensará, que esa maligna serpiente, que repta en nuestro más profundo pensamiento, habitaba en mí, camuflageada sutilmente. No está muy lejos de la verdad quien así piense.
Yo tenía que acabar con esa falsa actuación. Nadie es perfecto, pero su afán me parecía una ironía contra la cual tenía que luchar. Y vi como una obligación destruir a ese monstruo, desenmascarlo.
Al llegar en las noches, aguzaba mis sentidos como radares. Así que en unas escuchaba el sonido, usualmente imperceptible, de las lagrimas que dejaba escapar, rodando sobre sus mejillas; en otras cómo gemía e imploraba entre murmullos sordos no sé qué cosas; en otras veía cómo iba y venía, caminando con impaciencia, en la habitación; y, finalmente, en otras escuchaba cómo giraba y volteaba sobre su cama arropándose y desarropándose con frecuencia irritante. Definitivamente, algo le atormentaba, no dejándole respiro en los momentos de soledad.
Cuando la frecuencia llegó a un máximo, yo mismo me preocupé. Sin embargo, a pesar de intentar ayudarle, con el fin solapado de conocer sus flaquezas, me rechazó siempre. Yo sólo podía admirarme, refunfuñar, enojarme por su engreída autosuficiencia. Me alejé y no intenté socorrerlo más. Pero mi curiosidad aumentaba, decidí investigar más a fondo.
Lo primero que supuse fue que, en efecto, algo muy atroz le había ocurrido, y no en el pasado reciente. Me parecía que el dolor que sufría era como el de quien ve al sol de frente por unos segundos, y luego la vista le molestaba por un buen rato. Así en él se traslucía como esa molestia, que seguramente le había flagelado su mente, en alguna oportunidad en el desarrollo de su vida pasada.
***
Yo despertaba temprano, salía de la habitación, y aguardaba pacientemente fuera de la casucha hasta que él saliera. Y efectivamente, cuando salía con su cara alegre y simpática, saludando a todos, yo aprovechaba y reentraba a la casa.
Nunca encontré la menor pista. Mi búsqueda fue extensa, pero infructuosa.
Una noche conseguía algo. Aunque en principio lo desestimé como una pista real. La situación fue la siguiente:
Estaba yo insomne porque la luz de la luna llena iluminaba intensamente nuestra habitación. Me era dificultoso conciliar el sueño. La noche estaba fría y el cielo se veía transparente, lleno de estrellas, creo que a eso favorecía la casualidad de no haber electricidad. Como no podía dormir, asomé la mirada hacia él. Contrario a mí, él estaba durmiendo, pero con una intranquilidad inquietante. Lo veía cabecear como negando algo, balbuceaba un no “no” susurrante e intermitente. La intensidad del cabeceo aumentaba y su frente se llenaba de un copioso sudor hasta que de repente, levantó su torso mientras gritaba, como si lo estuvieran quemando, en algún lugar del infierno, “¡nunca quise matar a nadie...!”
Escuché, vi y sentí todo esto con descreimiento, como era una pesadilla, no necesariamente tendría relación alguna, con el caso que tenía en estudio. No obstante, pronto cambié de parecer.
Ese día fue la primera vez que despertó, al llegar la mañana, de mal humor, y no escondió sus tristes emociones. Sus ojos se mantuvieron llorosos y, según creo, no salió en todo el día de la habitación.
Me dije, tal vez para hacerme creer que no habría relación, que al final del día volvería a la normalidad. No fue así. El sufrimiento al que estaba sometido, duró los 5 días, que por cierto, fueron los últimos en que lo vi. Cada día amanecía con un temblor senil, que iba en aumento, a cada intervalo de tiempo. Sus ojos, una vez brillantes e intensamente negros, se iban opacando notándose tristes y taciturnos. Su corpulencia disminuyó y el pelo se le derramaba como los pétalos de una flor marchitándose. El rostro, que de manera intrigante, disimulaba, junto con los ojos, su tristeza; estaba desfigurándose y proyectaban la imagen de estar atormentado, aterrado, desesperado. Envejecía extrañamente. Estos días fueron un verdadero suplicio para él. Para mí también, pues sufría como consecuencia, al ser testigo silente de este horroroso espectáculo.
Yo comenzaba a experimentar esa alegría interna que conseguimos cuando logramos algo, ya que poco a poco, y espontáneamente, se desenmascaraba sin mí que era el más interesado en que esto ocurriera. Pero a medida que estas transformaciones ocurrían por el otro lado yo me preocupaba, y llegó a tal extremo, esta preocupación, que decidí procurarle un médico. Pero antes, le dirigí la palabra; aunque convencido de que todo esfuerzo sería en vano. Le inquirí respecto a si no creía que estaba sufriendo de alguna enfermedad peligrosa, porque a juzgar por su estado era recomendable que lo viera un médico lo antes posible... En respuesta a esto, me miró profundamente, como leyéndome el alma --debo aclarar que nunca había sentido esa sensación de desnudez, hasta ese momento--, luego de un momento, en que me sentí muy incómodo, abrió sus labios, que habían envejecido extrañamente y exhibían una encía desdentada -¡una semana atrás era dentadura espléndidamente hermosa!-, decía que abrió sus labios y me dijo:
“La vida es un laberinto en cuyas sendas he entrado con el fin de encontrar la salida. Pero la estrechez de sus callejas y lo intemperado de sus muros, me rechazan, me pierden, me execran, me destruyen...”
Como siempre, no comprendí. Para mí, todo lo que decía era un enigma, que al principio intentaba resolver, pero siempre sin resultados positivos. Mas en esta oportunidad, esas palabras ininteligibles me dieron un mal presagio. Le dije que esperara un momento que saldría a buscarle un médico, que no se moviera, etc.
Así que fui a buscar al médico, y cuando llego con él, se había evaporado. Lo busqué donde podría estar, lo llamé, todo fue infructuoso. Luego, el doctor a quién lo había jalado de una emergencia que tenía, se fue enfadado y muy preocupado por sus propios asuntos. Encaminé al doctor, tratando de explicarle lo que había ocurrido, pero él que había accedido a acompañarme incrédulo, pues mi compañero de habitación, que era su amigo, nunca le mostró un cuadro como el que yo le había relatado, por eso accedió. Entonces ahora yo quedé como un charlatán...
Cuando regresé a la casa, me senté en la cama, y giré mi vista en derredor. Debajo de la mesa, aparentemente soplada por el aire, encontré una libreta con sus hojas revueltas. La levanté y fue grande mi sorpresa cuando leí lo que en ella estaba escrito. Por cierto, es en ella donde estoy escribiendo todo esto.
A continuación les presentaré la carta que allí aparecía, fidedigna, aunque con muchas incoherencias y situaciones extrañas. Como escrita por un demente, paranoico o esquizofrénico. Era otro de los tantos enigmas. Sin embargo, me dieron las pistas que necesitaba para completar mi investigación:
“Un día cualquiera, En un lugar Cualquiera...
Estimado Sr. Interesado:
Hay cosas que intentamos borrar con máscaras, con el olvido o con la evasión al tiempo; pero, a pesar de los intentos, nunca superamos. O tal vez se borren, pero para los ajenos a la situación, es decir para quienes no fueron víctimas ni victimarios.
En mi caso fui victimario. Un criminal. Se manifiesta en mi mente a diario, ahora mismo lo veo, como si fuera en este preciso momento. Los espectros me acechan, me acosan, me aterran.
Podría, en esta especie de confesión referir a cientos de autores y sus frases más usadas para describir mi situación. No creo que sea necesario. Yo lo he vivido en carne propia y bien puedo hasta aconsejarlos, sobre los errores de dichas frases. Yo, el más horripilante, abyecto y vulgar de los hombres. Pero también el más digno de compasión y misericordia...
Al principio pensé que podría escapar al pasado, haciendo obras de bien, educándome, leyendo, actuando en pro de lo bueno. En estos momentos de terror veo, que tal vez, haber reiterado esa actuación me hubiera por lo menos distraído, con otros crímenes, de la situación que estoy sufriendo en este oscuro momento de mi vida.
Me he clavado el cuchillo pues, haciendo el bien, comprendo el mal cometido y lo execro; educándome, he adquirido conciencia de lo ignorante que he sido, y condeno esa ignorancia; leyendo, veo mi caso retratado en innúmeras lecturas con insufrible repetición y, actuando en pro de lo bueno, deduzco que estoy purgando mis negras actuaciones pasadas.
Pero, no soporto el peso del pasado, debe haber alguna manera de borrarlos, pero fueron hecho, estoy condenado. Quisiera retroceder en el tiempo y evitarlos, es imposible, debo vivir con ellos: estoy marcado.
Este pasado, ominoso y abyecto; que quiero borrar y no puedo, se remonta al exacto período de 12 años, que hoy se cumplen.
Yo siempre fui un ciudadano ejemplar. Una tarde, un amigo -no sé cómo lo puedo llamar de esa manera-, me sedujo a ayudarle como ojo avizor. Yo estaba en una situación crítica en ese momento, pero siempre había estado consciente de lo negativo que resultaban los crímenes para la sociedad. Por lo tanto, me negué. Sin embargo, dentro de sus argucias para enrolarme dentro de sus filas, estuvieron argumentos que prefiero reservarme pues mostrarían lo débil que era. Yo mismo me asombró de haber accedido por esos vanos argumentos, pero poco importa ya recordarlos. El hecho es que acordé ayudarlo. Me dijo lugar, momento y plan. Por cierto, eran ese mismo día en un residencial donde las mansiones y el lujo, eran tan comunes como las casuchas y la miseria de nuestro barrio.
Así que fuimos juntos, yo me quedé al acecho, él entró a ejecutar la acción. Y mientras él actuaba, sentí que alguien se acercaba por lo que cuando fui a verificar, esa persona me vio, yo me asusté y corrí a advertirle a mi amigo del peligro inminente que nos amenazaba. Él también venía a alertarme que lo habían descubierto y que había tomado las “precauciones” de lugar, me sugirió que hiciera lo mismo...
Luego, abandonamos la lujosa y flamante mansión que dejamos convertida, lamentablemente en un mausoleo terrible y frío. Nos llevamos, como habíamos convenido, lujo, dinero y joyas; y algo horrible con lo que no habíamos contado, por lo menos yo.
Las armas, ennegrecidas por el acto, las tiramos en alguna de las alcantarillas del sector, y desde entonces he vivido de lo conseguido en el mismo.
Cuando lea esto, seguramente estaré en el cuartel de la policía entregándome. Prefiero estar en la cárcel; nunca será tan malo como vivir libre con el recuerdo de lo que hice.
He vivido una semana tormentosa, no puedo soportar el peso aplastante de mi conciencia...

Sin otro particular,

Miguel M...
Un ciudadano ejemplar

P.D.: Tengo que decirle que todo lo hice simplemente porque yo era un ser humilde, lleno de óxido, anafe y miseria; y vi que la mejoría de mi futuro estaría en los lujos, joyas y dinero que habría en esa casa. Nunca hubiera querido llegar tan lejos como, lo que sea que hice...”

Esta es la comunicación que me dejó, y en la misma, la preocupación que les había referido al principio de esta historia.
Antes de terminar me gustaría agregar que en el periódico apareció, dos semanas después esta relación de hechos, que les he dicho, así como la carta, la cual hice llegar a la policía.
En la nota de prensa se resaltó el hecho de que esta persona era en efecto considerado un ciudadano ejemplar; también, que nunca había cometido infracciones mínimas, que había tenido, por el contrario -el barrio y el pueblo testimoniaron- una vida llena de buenas acciones y amor...
Por todo esto, la fiscalía, por su autoinculpación, pidió cadena perpetua en vez de pena de muerte, que es lo que le hubiera correspondido en situaciones normales...

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