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domingo, diciembre 26, 2010

Crónica de un nacimiento...

Creo que este lo escribí a principios del 1996, y relata algo del nacimiento de mi querido hijo, Osvaldito!

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Crónica de Un Nacimiento

Gilberto está agitado. Se le nota un poco turbado. Estando en retraso, una semana después de la fecha del parto, no tengo otro remedio que inquietarme. Cada día amanecía más brillante. El cielo muestra un azul bajo el que fluyen, como navegando suavemente sobre un mar de superficies aplanadas, benévolos algodones nubosos. Este brillo me alteró el ritmo, lo sentía como la anunciación de su llegada.
Conseguiría dos cámara para la ocasión: La primera, del tipo filmadora, pues es necesario grabar el momento, atrapar la espontaneidad del misterio, emocionante al brotar la vida desde las oscuras cavernas del vientre. La segunda, del tipo fotográfica, para adoptar las poses del momento, felices, entusiastas y vanidosas, como testimonio.
Pero pasan los días y su impulsividad comienza a aflorar a la superficie de mi tranquilidad. Siento toda actuación como un “ir hacia”, como estar en el espacio infinito donde, describiendo círculos concéntricos, me arremolino hacia un centro que inexorablemente me atraía.
Como una Penélope, tal vez, cosiendo y descosiendo incansablemente, en actividad circular, mi ánimo hiperactivo me obligaba a realizar lo que me viniera a la mente. Si estaba frente a mi computadora programando alguna aplicación, suspendía el trabajo e iniciaba un escrito; escribía sin ton ni son hasta, llegado un momento de incansable actividad, darme cuenta que había escrito un galimatías indescifrable. Si, para disipar la tensión, iba a practicar tenis, no golpeaba la bola con control, y me evadía lanzando la raqueta a un lado para dejar el tenis e ir a practicar baloncesto. Si tomaba algún libro, al leer las primeras líneas, el pensamiento divagaba por parques poblados de niños sonriendo alegremente en sus juguetonas travesuras, o en playas llenas de castillos de arena con la brisa derrumbándolos y los niños llorando por lo malo del viento, o en el campo donde los niños montaban ponis con el temor de caer...
Y cuando en compañía de mi querida esposa tentando su vientre, haciéndole el tacto para determinar cuánto había dilatado: nunca podía abrir los dedos dentro. El desánimo y la intranquilidad se apoderaban de mí como una garra que me aprieta y, a pesar del intento, no podía evitarlo.
Para colmo de males, cada vez que me veía un rostro conocido, algún compañero de trabajo, algún amigo; me cuestionaban con un “Ya!?” que me aturdía y al que con fuerza respondía “...en cualquier momento!”.
Sin embargo esos momentos se prolongaban, y cada segundo se sumaba con reiteración para formar el minuto, y cada minuto para formar una hora, y cada hora para formar un día, y así esperando impacientemente, lo que consideraba ser una espera eterna.
Sí, el que espera desespera.
***
La distracción, de conseguirla, llegaba por momentos fugaces, pero siempre a tiempo.
Siempre llevo mi teléfono celular a cuestas. El día clave de este relato, lo olvidé en el vehículo.
Fue impartiendo clases cuando logré la distracción. Ese día las dos horas fueron tan largas como interesantes. Los estudiantes se esmeraron en preparar decenas de preguntas, afloraron cientos de inquietudes y se generaron, sin mentir, millares de comentarios. Qué si lograron distraerme!, si lo habían programado, no creo que hubiera salido tan bien.
Salí del aula alegre y encantado por esa clase. Ese detalle enorgullece a cualquier profesor. Estaba sencillamente envanecido.
8:00pm. La llamada.
Entro al vehículo y el teléfono está timbrando, lo tomo y ... como chichigua que vuela a sus anchas entre las brisas caribeñas y que al ser halada pierde vuelo, así volví nuevamente a la tierra. A poner los pies sobre la tierra.
-¡Buenas Noches!, saludos...
-(...)
-¡Y qué amorcito, cómo estás!
-(...)
-¡¿Qué...?!
-(...)
-¡A las tres de la tarde! Y, ¿por qué no me llamaste..? -Gilberto balbuceaba...
-(...)
-Cómo que no querías preocuparme...
-(...)
-Está bien, saldré para allá tan pronto busque ropa...adiós.
El tránsito se movilizaba como tirado por burros mañosos.
Tocaba bocina, intentaba desviarse, cambios de luces. Miles de palabras se agrupaban en mi mente y salían descompuestas en un movimiento silencioso de los labios y castañeante de los dientes. El pelo, peinado en ese momento, comenzó a ser acariciado con violencia por Gilberto.
Ubicuidad. Ubicuidad. Tomó el teléfono celular, tipeó a su casa.
-Virginia!, mira prepárame ropa para salir de urgencia para San Pedro, no digas nada en la casa. Ok.
8:39pm. La vorágine.
Raudo y veloz, Gilberto entra en la casa como ventisca de huracán. Se dirigió a la habitación y desvestirse, tomar la toalla, entrar al baño y echarse el primer jarro de agua en el cuerpo fue todo un coro de acciones semi-paralelas.
Ahora enfrentar reproches, restricciones, consejos sobre lo que voy a hacer...
***
Don Gilberto, bebía su cervecita acostumbrada. Lo encontró meciéndose en la legendaria mecedora, con espaldares y asientos tejidas en guano, cuyas coyunturas crispaban en cada ir o venir.
Gilberto se ha reservado para el último minuto la noticia, pero ya vestido, da voces de agitación anunciando la decisión de tomar carretera en ese instante.
Antes de salir, y en el momento de la despedida, el viejo le dice que por qué la prisa, que se sentara a su lado un momento.
-Siéntate aquí...-le decía mientras le indicaba con la mano abierta el lugar.
Al sentarse, la silla crepitó. En qué estará ella, ¿sufriendo?, debo irme pronto...
Padre, hijo se sentaron a conversar. Pero el futuro padre, se sentó con impaciencia. Ahora me dará una cátedra de comportamiento.

-¿Por qué los jóvenes son tan impulsivos? ¿Por qué tanta prisa por llegar rápido cuando llegarán de cualquier manera si lo tomaran con calma? ¿Por qué salir, sin necesidad, tan tarde a una carretera oscura, inhóspita, peligrosa?- inició a modo de exordio Don Gilberto.
Parece creer que con su perorata de razones va a convencerme. Tengo que irme y hablándome cosas, que sabiendo, no quiero oír...
-Yo también tuve tu edad -contínuó el viejo- y sabes?, me impacienté mucho al momento de tu nacimiento...
Parsimónico, y como quien recuerda, se acercó el cigarrillo humeante a la comidilla izquierda de sus labios, aspiró, y luego dejó caer la mano como un martillo sobre el pasamanos de la mecedora. No puedo soportar más, tengo que cortar este diálogo estéril...
-Y quieres que yo tenga ahora la madurez que no tuviste entonces... -le arrebató Gilberto el discurso-. Para llegar donde estás ahora primero fuiste lo que soy ahora, poco más o menos. Gracias por tu discurso elocuente y consejero, pero no tengo tiempo, adiós...
Se levantó, tomó su bulto y haciendo gestos de despedida se marchó.
***
11:00pm. Gasolina.
Tengo que echar gasolina. Entra en la estación. Déjame ir a conseguir un cafecito aromático, calientito, humeante, negro y sabroso. Apaga el vehículo.
Regresa. Paga. Enciende... algo ocurre... enciende nuevamente... : batería!.

El pelo, peinado en ese momento, comenzó a ser acariciado con violencia por Gilberto. Déjame aprovechar a ese señor...
-Señor! Présteme su ...
12:30pm. El viaje.
Sale acelerado de la estación. El velocímetro, parpadeante, despliega el incremento, 40kph, 60 kph, 80 kph, 90kph, 120kph... Timbra el teléfono.
-Dime Cariño..., acabo de salir-adivinó.
-(...)
-Sí, en media hora estoy allá. Ciao.
Sólo, en la carretera. Desprovisto de todo humano contacto que me distraiga, me quite el sueño. En el radio toca una cinta de los Valses de Strauss. Esa música me está durmiendo. Cambia. Introduce una de Juan Luis Guerra: Fogaraté.
La carretera estaba a oscuras. A la izquierda se veía como la luna llena desparramaba su luz sobre las olas. Y en esa oscuridad blanquecina, las aguas del mar reflejaban brillos estremecidos, titilantes, difusos. Los grillos iluminaban la sorda oscuridad, y a pesar de la prisa que llevaba, hasta el merengue que sonaba utilizaba sus acordes. En accesos de violencia, las olas rompían a tiempos desiguales contra las rocas y esparcía espumas invisibles alrededor impregando el cristal delantero infinitas gotas.
¡Qué mejor compañía, qué mejor sinfonía, qué mayor claridad, era necesaria para acompañarlo!.
“Los aires retozaban alrededor de él, aires mordaces y ansiosos. Ellas vienen: las olas. Los caballos marinos de blancas crines, tascando sus frenos, con brillantes riendas de viento...”
***
Al fin, parece que había una confabulación de la fortuna contra mí. Ella lo esperaba en el balcón. Se levantó sonriente y fue a su compañía.
Ahí está ella, viene hacia mí, con su gracioso caminar de pato, aunque con la cola delante. Apagó, y pensando que necesitaba la seguridad de que encendería nuevamente, intentó. Fue inútil. Desmontó, luego de asegurarse de dejar bien seguro todo.
Al encontrarse con ella, le acarició suavemente el vientre, luego rozó el revés de la mano por su rostro y le dio un beso. Sentíase aturdido. Irremisiblemente arrastrado hacia el punto donde las vidas cambian, confluyen, cobran vida, y comprende que ésta no es vida hasta producir otra vida que, como significante, le da significado.
Tomados de la mano entraron a la casa. En la habitación encontró la cuna cubierta de las ropitas azuladas, las mantas y zapatitos tejidos, y los utensilios de higiene.
La acostó y le hizo el tacto. Cinco centímetros de dilatación. ¡Aumentó!. Sus ojos brillaron y se encontraron con los de Rosario fundiéndose en olorosa intimidad.
1:30am. Apagaron la luz, se abrazaron con acaramelado entusiasmo y durmieron.
***
Gilberto tomó el sueño inmediatamente. Sobre su cabeza, en el espacio que ascendía al techo, se presentó una nube donde se proyectaba una extraña actividad.

Formas espectrales, con picos y palas sobre sí, iniciaron un areíto de horrorosos movimientos. Había un reloj de arena a media medida que comenzó a aspirar, con singular falta de respeto a la gravedad, la arena del recipiente inferior. Y contra todo sentido, sólo funcionaba cuando los espectros cavaban.
Estando en ese movimiento continuo de excavación, comenzó a salir del hoyo un vapor denso. Brumas blanquecinas que empañaron toda visión.
Cuándo se hubo disipado, aparecieron nuevos espectros con formas combinadas de animales, jamás antes vistas. Las combinaciones emulaban rostros ora de perro con orejas de elefantes, ora humanos con lenguas viperinas y labios de hienas, ora de buitres con bocas de lobo, todas confusas, todas desconocidas.
Una que no estaba en el grupo, se acercó. Parecía una forma humana femenina. Algo raro se veía titilar en su vientre. Difusa, opaca emitía una tenue luz verdácea.
Los espectros de combinaciones extrañas la rodearon, bailaron nuevamente el areíto macabro cuya coreografía expresaba significados indescifrables. En una ocasión se apiñaron alrededor del espectro femenino con la tenue luz verdácea. La solaparon, hicieron de ella su víctima, y al separarse de ella, la dejaron sin la luz que emitía. El espectro femenino quedó tirada sobre el suelo en posición prenatal, abandonada. Los otros volvieron a su danza.
Otra forma humana apareció. El espectro --aparentaba ser masculino-- se acercó sutil, y como bailando ballet, a la forma cuya luz verdácea dejó de palpitar. Luego de observar a la forma, hizo gestos que implicaban un reproche, señalaba al área de la luz apagada, y gesticulando con violencia, dio media vuelta y se fue.
Tras él, se fueron dispersando los demás espectros hasta que nuevamente la bruma blanquecina, densa, empañó nuevamente toda visión.
El reloj de arena comenzó a funcionar correctamente, es decir, dejando caer la arena. Aparecieron los espectros con pico y pala, pero en esta ocasión rellenaron el hoyo abierto, y en la medida que rellenaban la neblina, como absorbida por un extractor, y semejando un torbellino, fue tragada por el hoyo. En una pila que quedó, sobre el lugar de la excavación, cayó como desprendido el reloj de arena...
***
Han despertado.
Gilberto se pone a observar a Rosario bañándose, a través de la puerta entreabierta. Jaguas colgantes, espumas acariciantes. Termina. Rosario sale del baño. Cuánto la amo!.
Rosario, con una luna llena oculta en su vientre, rostro brillante, majestuoso, radiante, algunas gotas rodando sobre su piel suave, se acerca al tocador. Ella es una reina en este momento. Su pelo largo, castaño, caía en riachuelos como de una montaña horadada por el viento luego de una lluvia, por el frente; y por la espalda como la caída del famoso salto del Ángel. Los ojos oscuros, grandes, emitían una íntima luz picarona, seductora. Sus labios, desplegaban una sonrisa traviesa y sus mejillas, un sublime rubor. Encantador. Te amo.
-¡Gilberto, levántate! -Rogó cariñosamente Rosario-. Debemos salir ya para la clínica, las contracciones me han aumentado.
De un brinco, Gilberto cayó en la bañera, se aseó y vistió...
Ambos listos, se dirigieron a la clínica en el vehículo de la hermana de Rosario.

9:00 a.m. Llega el doctor.
-Doctor -lo embiste Rosario- ya estoy lista para dar a luz. Tengo siete centímetros.
El doctor abrió los ojos e inquieto preguntó:
-¿Cómo lo sabe? - mientras veía a Gilberto y con un manoteo agregó- no importa.
Dio instrucciones a una enfermera y se la llevaron. Se la llevan, quiero participar, quiero ver el parto. Tengo que decirle al doctor. El doctor se le acercó.
-¿Quiere estar presente..?, venga conmigo...
Gilberto le siguió los pasos.
***
9:45am. Sala de partos.
Al entrar el doctor le ofrece una bata a Gilberto. Este se la pone. ¿Cómo me pongo esto? Parece que cierra detrás. Embutió sus brazos en las mangas y luego intentó amarrarse la espalda. Vio hacia donde estaba Rosario. Creo que tendré que pedirle ayuda al doctor. Mira como me la pelaron, parece un pollo desplumado, así recostada y con las piernas sobre las perneras...
-Cariño, cómo estas? -Preguntó pero al verla comprendió por qué no respondía.
Ella lo miró con el rostro en sufrimiento, con muecas de dolor aquejada por las continuas contracciones.
-No te preocupes Rosario -dice el doctor interpretando su rostro- estás dilatando rápido, y las contracciones llevan buen ritmo. Trata de cuando te agarren, de cerrar la boca y gemir hacia dentro...
El doctor se ve tranquilito. Acostumbrado a este drama cualquiera se vuelve impasible. Y uno haciendo sufrir a su madre, lucha y sufrimiento, esa es la vida. Uno nace llorando, síntoma del sufrimiento que se vive ahí dentro y muere igualito. Sale de un hoyo para entrar a otro...
10:30am. Alumbrando la sala de partos.
-Ahhhh!...- gritó Rosario, sientiéndose desgarrada, y sujeta a Gilberto que le servía de sustento, de soporte. Él, sintiéndose impotente, intentó hacerle una caricia, que ella no agradeció.
-Cierra la boca y grita hacia dentro - dijo el doctor.
En ese momento el doctor inició un monólogo desarticulado que, como porrista, se reducía a incitar a la acción, a través de frases cortas:
Ya están los diez centímetros... puja... ahí viene... ya sale ... mírenlo, mírenlo..
Le agarró la cabecita, tan flexible como una bola de aire, con su forma pero con poco aire. Él se la agarró y lo ayudó a salir.
Puja!, puja!
Con la cabecita fuera, ahora le agarraba el cuellito, salía, como de una cueva, ascendiendo hacia la superficie.
Puja! Puja!
Ya fuera, estaba moradito.
-Gilberto, déjala un momento y ayúdame -dijo el doctor.
Y ahora qué quiere.
-Ponte unos guantes y toma esta tijera... corta! -Le pidió el doctor.
Miren esa critaturita, moradita, qué feíto: arrugado, con humores viscosos impregnados, todo un renacuajo... ¡Mi hijo!
El perinatólogo tomó una perilla y limpió las vías respiratorias, lo limpia del líquido amniótico, de la sangre. Gritó sin necesidad de palmadas. Poco a poco tomó color, hasta un rosadito tenue. Ahora sí, qué hermoso, un milagro, un milagro.
Fotos, fotos, fotos. Olvidé la filmadora.
Tiene frío. El doctor lo envolvió en una frazada, se lo dio a una enfermera, que lo vistió.
-No necesita incubadora, nació hecho un hombre -dice entusiasmado el doctor. Felicidades. Tiene usted un macho de hombre. Tómelo.
-Pero, no lo sé cargar... -balbucea, aturdido, el médico le ayuda- Ahora sí, qué lindo, es mi hijito, mi primogénito..
No puedo expresar lo que siento. No puedo seguir. Es inenarrable. Inefable. Sublime. Lo tomo, lo cargo, le hablo, le río, lo beso... mi hijo...
11:00am Radioaficionado.
-¿Qué dice esa abuela?
-(...)
-A las 10:30... Gracias
-(...)
-Dime tía, aquí está tu sobrinito bello...
Con expresiones ridículas, cursis y desusadas; transformado, envuelto en un manto de alegría y regocijo, llamó a títirimundati...
11:30am. Rosario devuelta a la habitación.
La habitación huele a alegría. Pegada a la puerta una cinta tradicional “It’s a Boy!” da la bienvenida a quien llegue. Varios arreglos primaverales llenos de pompones, rosas, claveles y orquídeas están distribuidos en distintas mesas de la habitación, que abrazan con su aroma a Rosario cuando entra.
-Cariño, te esperaba... -la reciben.
-Doctor -pregunta Gilberto- ¿puede brindar?
-Claro...
Sirven copas de un Cava que estaba esperando por el evento. Bindan, gozan, ríen.
Rosario, con el niño en los brazos, está nuevamente iluminada. Ha olvidado que segundos antes había sufrido dolores insoportables. Sonríe dulcemente. Gilberto se le acerca, la besa y, los tres, posan orgullosamente, entusiasmados, envanecidos y felices ante la cámara, dando testimonio del regocijo a la posteridad.

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