Páginas

domingo, diciembre 26, 2010

El Librero


-----
Relato fotográfico inspirado en foto "La Espera" de Rafael Turnes de colección "Con los pies en la tierra", tomadas en 1998 en: Costa de Marfil, Ghana y Burkina Faso.
Escrito en 2002 para concurso de Escuela De Escritores, Madrid.
Mayores detalles: http://www.escueladeescritores.com/relato-fotografico-2002
----

Ningún trabajo me ha dado más satisfacción que este de librero, pero tal vez lo deje.

Es un empleo donde me siento cómodo. Es decir, en mis oficios anteriores era fácil vender víveres en el mercado o criar cerdos, incluso recoger la basura pero me obligaban a bañar con demasiada frecuencia, y no es que no me guste, pero hacerlo tan de continuo era un fastidio. Y es que si no lo hacía llegaba a casa sin siquiera notar que por la calle la gente se echaba a un lado pellizcando sus narices.

Vender libros usados, de una lengua desconocida, es excelente. Aquí la gente pasa de largo, sin siquiera echar una mirada. Salvo uno que otro turista que entra a la tienda, saluda con cara de satisfacción, aunque con los labios apretados y esquinados. Hacen un gran esfuerzo para hacerse entender, pero no hay mejor lenguaje, ni más universal que las señas, así que les muestro lo que hay y ellos mismos lo buscan en el reducido espacio del negocio.

El kiosco es del tamaño de una letrina, con paredes de cartón y techo de zinc. Tengo un banco en el centro, sobre el que echo mi siesta, en lo que aparece algún cliente cada dos o tres semanas. Atravieso una barra de bambú a la altura de mis rodillas para evitar que alguien pase; que por otro lado, me sirve para apoyar mis pies cuando estoy sentado y pasa mucho tiempo sin venir alguien. Al medio día el calor es insoportable por esa maldita plancha de zinc que arde como el infierno, aunque tengo mis sospechas. A esas horas el agua la debo guardar en plástico para que no hierva, y aún así se calienta.

Como tengo más estantes que libros, he distribuido estos últimos dejando vacío uno de los estantes a la altura de mis brazos para descansarlos, me he acomodado, tanto que estos han marcado su territorio. A mi espalda también he habilitado espacio con un par de libracos para recostarla así como a mi cabeza.

Afortunadamente los compradores se van satisfechos con algún libro interesante cuando se aparecen. Hace unos días encontraron uno de un tal Mandela y otro del Apartheid. A pesar de que en mi mente sonaron esos nombres, todavía me pregunto dónde estarán localizados, creo están cerca. Al menos ahora sé que vendo geografía y guías turísticas. El dueño nunca me lo dijo.

Por cierto, es un tipo misterioso. Aunque lo veo pocas veces, siempre se aparece luego de que alguien visita la tienda. Resulta curioso que no pregunte si se vendió algo, pues en ocasiones tras la visita de algún interesado, si no compra, nada me pregunta: echa una mirada y se va. Sin embargo, si hubo venta me extiende la mano, la cual cubro con el importe correspondiente, sin mediar palabras. Así que nunca tengo menudo en la caja. Parece que está muy satisfecho conmigo pues me da unas propinas que nunca hubiera ganado anteriormente. Pero siento que nos las merezco, no hago nada para que compren. Dice que nunca había tenido tantas ventas como conmigo. Incluso le gustó la forma en que distribuí los libros.

A pesar de lo diferente que ha resultado este empleo contra los otros, la comodidad y la holgura de tiempo, como ya dije, y la ocurrencia esporádica de una venta o por lo menos de un visitante, me incomoda. El patrón me ha dicho que esa es la tarea de un vendedor, pero ya estoy harto. Mi ropa no se ensucia, estoy menos molido por lo poco exigente del trabajo y no hiedo. Pero si este es el precio de la dignidad, no estoy dispuesto a pagarlo. Ese tiempo libre me pone a pensar demasiado en cosas que no debería y que nunca se me hubieran ocurrido de no ser así. Me siento muy extraño. Anteriormente nadie preguntaba nada; cantaban, hablaban de alguna mujer o comían. No sé hacer nada si no es con las manos, no quiero que desaprendan sus habilidades.

Ahora, cuando vengo y parto, me topo con demasiada gente en la calle que me paran haciendo preguntas. Antes se alejaban de mí y la verdad, lo prefería. Este cambio tiene que ver con este nuevo trabajo. La gente le tiene miedo a los libros, pero le gusta hablar con quien se relaciona con ellos. Tal vez por eso me confunden. También me molesta que creen que tengo las respuestas a sus incomprensibles preguntas, porque si levanto mis manos, muevo los hombros y niego con la cabeza me lanzan una mirada despectiva que me hace sentir muy mal. Por decir un caso, hace unos días me paró un tipo hablándome de lo ignorante que es este país y la indiferencia que prevalece. Y quiso que le diera alguna opinión, yo la verdad le respondí la verdad: que ni sabía de lo que me hablaba, ni me importaba. Pero se fue molesto farfullando todo tipo de insultos, diciendo que esa respuesta le daba la razón y que por eso no avanzábamos. Repito, me gusta trabajar con las manos, pero este de vendedor de libros. ¿Es un trabajo?

Ojalá se termine este inventario de libros, creo que luego me iré, y por otro lado el jefe no parece muy interesado en mantenerlo. Y aunque extrañaré lo cómodo que estoy, que por otro lado, me produce ahorros ya que el sueño me quita el hambre. Sin embargo, es demasiada responsabilidad, y no puedo darme lujos, quiero trabajar, aquí me siento incapaz, no sé como hay gente que puede vivir así.

No hay comentarios: