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domingo, diciembre 26, 2010

Señor juez, yo soy inocente.

Publicado sin correcciones. Escrito quizás en 1998!

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Fíjese señor juez, yo no sé si lo que diga me ayudará en contra de lo que usted piensa, yo mismo no imagino la forma de decirle que soy inocente, me da muy mala espina todo esto, siento que ya estoy condenado y que su sentencia sería como echarme agua fría.

Pero quisiera que me dé la oportunidad de defenderme. Tengo dificultades para hablar, pero supongo que usted debería permitirme decir las cosas como verdaderamente pasaron. Mi abogado hizo lo que pudo, pero no creo que lo haya convencido, y como el corazón de la auyama sólo lo conoce el cuchillo, me parece que tengo más que decir a mi favor que lo que él le dijo.

Así que déjeme hablarle, por favor señor juez. Es lo único que tengo, mi testimonio, no me lo quite... Gracias, señor juez...

Discúlpeme señor juez, pero me siento como si estuviera metido en una pesadilla, donde un huracán con la fuerza de un puñetazo haya destruido mi casa y, tengo que correr a buscar cobijo donde sea, pero no encuentro nada con qué protegerme o agarrarme con seguridad, ni a nadie que me ayude en ésta búsqueda; me desespero y veo cómo lo que antes era una cañada sobre la que corría va en crecimiento hasta convertirse en un río que me arrastra a pesar de resistirme, donde todo me golpea y me hiere y no tengo otra alternativa que despertar... Yo no sé si usted me entiende, es muy raro todo esto.

En los últimos días me he preguntado, miles de veces, qué hice, por qué estoy aquí y por qué me han humillado de esta manera. Yo, que siempre había tratado de dar un ejemplo a mi hijo de lo bueno que se debía ser.

Pero, señor juez, yo le juro ante lo que más quiero, mi hijito, mírelo donde está allí sentado, que soy inocente.

Soy pobre, pero honrado, y siempre he defendido esa honra contra quien sea. Vivo de mi trabajo, que como ya lo dijo el señor secretario, consiste en hacer acarreos adonde el cliente mande. ¡Qué me importa a mí los paquetes que me den, ni qué tienen dentro, ni quién es el cliente!. Si me pagan, todo está bien. Sólo pregunto dónde y me voy, como un perro amaestrado, derechito a llevarlo. Luego cobro el servicio, aunque a veces hago excepciones, como en este caso, pero eso es raro, porque ya los tiempos no están para estar regalando nada.

Hago mi trabajo en una camionetita que conseguí. ¡Es verdad que a puro ramplimazo sí!. Y es porque primero me la alquilaban, pero ese alquiler me dejaba sin un chele, era como amarrar perros con longaniza o el negocio de capaperros que tanto menciona la gente. Como le decía de mi camionetita, para conseguir los pesos, siempre he tenido que sudar como un enfermo. La calle está llena de gente mal intencionada y azarosa, me disculpa la palabra señor juez, pero no tengo otra forma de decirlo y que usted me entienda; porque el problema está en que nadie tiene control de esa gente, son como plaga. Siempre rezo a la virgen y ando “bien acompañado”. Usted sabe, uno tiene que andar bien protegido porque ya nadie quiere perder tiempo, hay cosas que se resuelven en el momento, y yo soy un hombre -le repito- pobre, pero honrado y defiendo esa honra contra quien sea, yo no soy relajo. No me gusta ofender a nadie para que nadie se equivoque y me salga con bravuconerías intolerables.

Excúseme que hable así señor juez, pero la calle no es fácil, usted debe de saberlo, hay muchos carros y todo el mundo pidiendo que le den un peso, y ¡eso señor juez, los que menos piden!, ¡porque si yo le dijera...! y no sólo esto, todo el mundo maneja malísimo, nadie respeta a las autoridades. Ellas, por su parte, se la pasan pidiendo una boronita, que solamente por el respeto que uno les tiene se la da, con esa gente uno no se puede perder. ¡Esa gente tienen todos los argumentos para hacer lo que quieran! Por lo menos con nosotros.

Sin embargo, piden siempre que uno les pasa por el lado y entonces ¡uno tiene que revelarse!, porque ¡ni rico que uno fuera!, nosotros no los podemos mantener por siempre. Perdone señor juez que me salga de la conversación y que le diga todas estas cosas, pero espero que usted comprenda cuando termine lo que quiero decir. Pero déjeme hablar por favor, déjeme explicarle, porque a alguien tiene uno que decirle lo que está pasando, y si me están acusando de cosas raras, tengo que defenderme, ¡eso no es así!.

¡Imagínese que lo que dicen sea falso!, cómo usted lo va a saber sin prueba y sin oír a la gente involucrada en el alboroto, y yo no sé a lo que tengo derecho, pero de que me debe dejar hablar antes de condenarme, creo que en eso estamos de acuerdo. Así que le ruego, por favor, que sea un poquito paciente.

Pues fíjese señor juez, diariamente yo hago negocios, usted sabe, ya le he dicho, llevando y trayendo cosas de un sitio para otro. Mi camionetita, la tuve que comprar ahorrando chele a chele, peso a peso hasta que, pasando mucha hambre, la conseguí. La verdadera historia es que el dueño de la camionetita, estaba en una situación muy difícil; sus hijos se le estaban muriendo, tenía que llevarlos a una clínica de emergencia y comprar, con seguridad, carísimos medicamentos que como usted sabe, es mejor no enfermarse, por lo menos nosotros.

Usted se preguntará “¿quiénes nosotros?”, pero mejor ni le digo. Porque ni a eso tenemos derecho, aunque afortunadamente usted me está dejando hablar y explicarle, usted sabe que hablando la gente se entiende, ojalá todos los jueces sean así como usted, que me parece cumple con su deber...

Perdóneme nuevamente, me enredo a veces y digo cosas que no vienen al caso, pero le decía que tenía unos chelitos ahorrados cuando el señor de que le hablaba tuvo el problema con la salud de sus hijos, entonces le dije a él sobre la monedita y que le compraba la camionetita, que no es una cosa del otro mundo, pero por lo menos me permitiría hacer mi trabajo honradamente, como yo siempre lo he hecho, de eso no le quepa la menor duda.

Bueno, pues se la compré. Afortunadamente ese dinerito le venía como anillo al dedo, porque los hijos se le curaron. Le diré que ellos son su principal fuente de producción, los tiene en varias esquinas de la ciudad pidiendo. Cuando se resisten a hacer su trabajo, el se vuelve un diablo de enojado y cómo si en verdad lo fuera los golpea hasta someterlos a la obediencia, y qué obediencia. Pero lo cierto es que los deja marcados, como para recordarles al querer desobedecer, las consecuencias de revelarse en su contra. Sin embargo, el señor del que hablo no hace nada, señor juez, se la pasa bebiendo y jugando la caraquita y los palés y la lotería y el fracatán. No sé donde consigue cosas para iniciar un san, yo la verdad no comprendo, pero eso no es problema mío. Yo por lo menos vivo del trabajo de mi camionetita, está desvencijada eso sí, y cuando llueve se entra el agua a través de picaduras de óxido que habitan en el techo y que al medio día no me dejan en paz: ¡y es un horno esa maldita!, yo quisiera que usted la viera a pleno mediodía, para que usted vea que no estoy mintiendo, y es que el sol la pone al rojo vivo, no se nota porque el color de ella es rojo, aunque se está decolorando, pero se lo digo yo que he sufrido las consecuencia. Lo que pasa es que ya estoy acostumbrado.

Usted sabe que uno se acostumbra a todo. Y nosotros, que no podemos escoger, siempre tenemos que estar preparados, precisamente para lo malo que nos ocurre. Pobres niños que han recibido un padre tan recostado, ¿ya le mencioné los golpes que les da?, debe de ser un martirio para ellos. Mire, mejor no sigo contándole, usted ve que me desvío, no se moleste, ya estoy acabando...

Yo también tengo un hijo. Mírelo ahí donde está en esa silla, ahorita juré que soy inocente sobre él. Es bueno que vea cómo su papá defiende su honra, con uña y diente, ¡si es lo único que tenemos!. Pero no te preocupes hijito, yo le demostraré al señor juez que soy inocente, un hombre honrado.

¿Verdad que parece todo un hombre...? Sí, así es. Nada más tiene 12 añitos, pero es todo un hombre. Yo le he enseñado a trabajar. Es cierto que no sabe ni leer ni escribir, pero no importa. Sabe trabajar. Yo sé que es necesario la educación para llegar a ser alguien en esta vida. Sin embargo uno nada más escucha malas noticias sobre las personas que se supone ¡dizque que piensan!, no obstante parecen ¡engendros del demonio!, porque todo lo que aprenden lo usan mal, o tal vez ¡dirán ellos que es para el bien!. Porque usted sabe que el bien de uno es el mal de otro, que para que uno triunfe otro tiene que joderse... y un sinnúmero de argumentos que utilizan para justificar su pensamiento. ¡Uno ni tiene argumentos para hablar!, al menos nosotros no tenemos derecho a usar la cabeza, sólo nos sirve para mortificarnos y que nos duela cuando tenemos el privilegio de enfermarnos. Sí, todo el mundo sabe que enfermarse es un privilegio...

Pues sí, a veces creo que sería mejor no pensar, trabajar con seriedad a ver si a uno sale a camino. Porque la gente que no trabaja, se pone a hacer cosas malas. Usted ve toda esa gente encorvatada y todo, muy recatados y formales, pero se nos meten en los barrios quién sabe a qué, van a buscar mujeres y cosas raras para enfermarse la mente. Yo la verdad no entiendo. Y si hay un alboroto o algún holgorio, nunca son apresados ni violentados. Es más, en caso de necesidad sacan una tarjetita o se identifican, y la cosa no pasa de ahí, los policías se hacen de la vista gorda y apresan al más pendejo e inocente que vean.

Entonces por eso no dejo que mi niño aprenda a pensar. Yo creo que llegará un tiempo bueno en que uno pueda enseñarle a eso. Usted ve a todos esos que piensan y hablan bonito en caravanas por los barrios y el pueblo, muchas banderas, mucho entusiasmo, mucho dinero. Le dicen a uno palabritas bonitas y que nos van a ayudar y que nos van a hacer escuelas y que nos van a poner hospitales y nos van a dar la comida barata y cosas así por el estilo. Pero cuando ¡uno dizque los elige!, húh, hacen la cosa mal hecha...

No trabajan y cuando están en el puesto es como si dieran un jonrón. Sí, porque nadie los puede poner out, son intocables, y salen de esos puestos -cuando salen- con una riqueza que nunca hubieran soñado tener. Por eso es que primero le estoy enseñando a trabajar. No quiero que mi hijo se copie de esos malos ejemplos, aunque yo sé que no estoy haciendo bien la cosa. Yo le enseñé a escribir su nombre. Es suficiente. Al menos por ahora, quién sabe luego. Pero no lo apunté en la escuela. No señor, no lo voy a apuntar, al menos por ahora no.

Pues le decía señor juez, que como vivo de mi trabajo y a nadie pido explicaciones, sucede que puedo tener problemas, eso lo sabemos todos. Y ¿a quién uno acude cuando tiene problemas? a nadie, uno está desamparado. Yo la verdad no sé cómo he podido siquiera hablar con usted. A uno no lo dejan hablar y si uno es pobre o de “escasos recursos”, y no puede pagar, usualmente termina en la chirola. Pero a dios gracias, usted es un hombre bueno, como debería estar lleno todo los tribunales del país, porque si uno recibe injusticia de la vida diaria, de la gente, del calor, alguien debería escuchar a uno y darle la razón. Digo, si no cometió algo malo, usted sabe que en estas calles de dios, cualquier chivito mea, con el perdón de usted, señor juez.

Bueno, pues un día fueron estos muchachos de los que les he hablado. Los hijos del que era dueño de la camionetita en que yo me la busco. Y me pidieron que les ayudara a botar unas cajas que tenían, a llevarlas al basurero. Yo acepté. Siempre que esté en mi poder, decía yo, ayudaré a esos muchachos. Porque como ya le dije, son muchachos buenos, trabajadores y “obedientes”, aunque el padre los trate mal. ¡Fíjese que ponerse a beber y jugar mientras los hijos pidiendo y mendigando por esas calles, válgame dios!.

Pues yo acepté. Les dije que me dieran unos minutos, y entonces, me fui con ellos. Eso si, era a pleno mediodía, ¡yo qué iba a saber por qué tenían tanta prisa!, les pude haber dicho que cuando bajara el sol, pero no lo hice. Eso sí, yo no hubiera aceptado un chele tampoco, porque me gustaba ayudarlos. Eran amigos de mi hijito. Yo le mostré a mi hijito ya señor juez, ese que está ahí. Sí, un hombrecillo.

Así que llegamos a la casa y me rogaron que ni me desmontara, “que nosotros vamos a cargarlas”, “que no son pesadas”, etc. Pues las montaron y nos llevamos unas cajas que ellos querían botar. Qué cosa tan importante tenían esas cajas, quién hubiera sabido. Yo estoy acostumbrado a hacer lo que me encomiendan, no soy muy curioso, por lo que ni pregunté ni hice ningún comentario al respecto. Simplemente les di mi ayuda a llevarlas al vertedero.

Así que andando por esas calles de dios, en las cuales uno no es gente si no lleva un par de pesos en el bolsillo para cualquier eventualidad. Era domingo y como siempre un sol espléndido, sin una nube, y ¿ya les conté lo de la capota de mi camionetita, verdad? Un horno esa cabina dónde manejo. Ella está un poco desvencijada, y los asientos esconden muy poco la incomodidad, pues los resortes son quienes sirven como asiento, y los forros están un poquito deteriorados. Pero no importa, porque yo la quiero para trabajar. ¡Aunque ese calor que genera...!

Transitando con esos jóvenes, ese domingo, bajo ese espléndido sol, y sin mucho tránsito en la calle, me detuve en una de ellas, a esperar que un semáforo cambie. Y ¿de dónde salió ese policía?. Y que “¿cómo está todo?” y “la cosa está mala” y “qué llevas ahí”... veinte pesos me costó esa corta conversación.

Y entonces, señor juez, después de botar esas cajas, en el vertedero, como querían esos muchachos. Muchachos muy buenos. Los devolví a su hogar. Quería desmontarme a saludar a su padre, pero mejor no, me dije. No estaba por discutir con borrachos, aparte de que los muchachos me dijeron que se había ido de parranda, y que no lo veían desde el día anterior. Bueno, me fui para mi casa.

Ese día en la noche, cuando llegué a mi casa, luego de dar un paseíto con mi hijito por la ciudad, veo un movimiento como raro alrededor de mi casa, pero no le di importancia. No quería preocuparme por tonterías. Machaqué unos cuantos plátanos para hacernos un mangúcito, y luego, mientras cenábamos, comenzaron a parpadear luces rojas y azules, como girando. Pensamos, acertadamente, que la policía estaba buscando a algún malhechor de esos que andan por esas callejuelas del barrio....

De repente, tocan la puerta de la casa, y parecía que la derrumbarían. Le dije a mi hijito que se quedara cenando, que yo abriría. Y cuando abrí, qué sorpresa la mía, era la policía, que sin permiso para entrar entraron, comenzaron a buscar por todos lados y encontraron a mi “compañero”, sí el lengüa’e mime con que yo siempre ando para protegerme de los que quieren deshonrar a uno y hacerle sentir mal. Pero yo no soy ningún pendejo, yo siempre lo llevo conmigo, pero en la casa no, me lo quito. Usted sabe, señor juez, no debe uno ir desconfiando en su casa, ese es un lugar sagrado, para descansar.

Pero, señor juez ya usted sabe el resto de la historia. Me pusieron las esposas, me dieron golpes para confesara, no se ven, pero me dieron en la cabeza, me hicieron mucho daño. Fíjese usted que querían que confesara lo de las cajas, y yo qué iba a saber de ellas. Yo solamente le hice un favor a esos muchachos. Cómo iba yo a saber que en cada una de ellas, llevaban repartido el cuerpo destrozado de su papá.

Así que señor juez, yo soy inocente...eso es todo lo que sé; por favor, haga justicia....

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