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domingo, diciembre 26, 2010

El desperdicio, in memoriam Lincoln Batista.

Este fue escrito quizás en 1993. Murió un amigo de los días de universidad, muy triste.

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El Desperdicio
In memoriam al ingeniero
Lincoln Batista Dotel...

En una casa de clase media, una tarde cualquiera, sucede que un joven toca a la puerta con insistencia. La tarde está cediendo al anochecer. A través de los cristales de la ventana penetran los tenues rayos del ocaso, confundido su color entre amarillo, rojo y naranja. Las sombras de los árboles en la calle presentan figuras monstruosas, que alargadas y movidas por el viento caluroso danzan areítos lúgubres.
La pensión de doña Luisa está tranquila. Los golpes pausados de su bastón predicen su entrada a la sala. Su cuerpo está encorvado por el paso del tiempo y las ocupaciones caseras a que ha sido sometido. Un pañuelo de nylon blanco cubre su pelo encanecido del que se escapan hebras desordenadas. El rostro arrugado muestra estrías profundas aunque iluminado por sus grises ojos siempre brillantes por el sombrío humor en que se encuentra. Los labios, al abrir la temblorosa boca, arropan los pocos dientes que en ella se descubren.
Suena el timbre de la puerta de entrada pero nadie responde; doña Luisa se encuentra ya observando las telenovelas y al oírlo espera inútilmente a que la doméstica abra.
- ¡Margarita, Margarita, abre la puerta! - gritó doña Luisa desesperada ya por el timbre a la doméstica.
Momentos después se dirige a la puerta convencida de que es la única en la casa en ese momento: la abre.
- Saludos - dice a un joven que es quien toca la puerta. - ¿En qué podemos servirle?.- Buenas tardes doña - con respeto le responde a doña Luisa. - Mi nombre es Marcos Hilario. Ando en busca de una habitación donde alojarme. He buscado en los clasificados y encontré que en esta casa hay una vacante. ¿Lo está aún?.
- Entre jovencito... - balbucea la anciana a la vez que lo dirige hacia la puerta -, sí en efecto aquí alquilamos habitaciones... si hubiera venido ayer no la encontraría... sí.
La sala donde conduce doña Luisa a Marcos tiene en una de la esquina izquierda un televisor prendido. Cuando ella entra toma el aparato de control remoto y lo apaga, con el mismo control enciende el equipo de música. De inmediato se ilumina la sala con dulces sonidos de violín acompañados por el chelo que entra por momentos dando gravedad a la obra interpretada.
Ya la noche se dejaba sentir. La señora mueve los brazos mostrando el sofá que está en el fondo, a la derecha del televisor, detrás de éste unas cortinas rodadizas color limoncillo, abiertas en su división central, permiten ver un pequeño jardín. El joven se sienta en el sofá. Doña Luisa hace lo propio en su sillón ortopédico, ubicado en el centro de la sala y dispuesto oblicuamente, enfrentando el televisor. Luego de sentada, manipula un teclado en el asiento y el sillón se mueve hacia el sofá donde está sentado Marcos.
Las plantas ornamentales, verdes, brillantes y bien cuidadas, se encuentran en cada esquina de la cómoda sala, dándole una sensación de agradable paz y armonía. Serigrafías y cuadros de Guillo Pérez y Cándido Bidó adornaban las paredes. Marcos notó todos estos detalles y por momentos deseó ardientemente gozar del privilegio que constituía ser inquilino de esa casa donde se conjugaban todos los factores del buen gusto.
- La habitación por la que se puso el anuncio está ya ocupada - dice doña Luis -, pero por una "tragedia" de la vida se desocupó otra.
El decir la palabra tragedia con un dejo de tristeza y nostalgia impresionó a Marcos, que notó cómo entristeció y adquirió un carácter sombrío el rostro, y cómo los vivaces ojos grises de la señora se empequeñecieron.
- ¿Tragedia? - interrogó el joven con curiosidad y esperando una respuesta más clara.
- Sí mi hijo... - respondió doña Luisa con toda la intención de dar una explicación a Marcos. - Hace alrededor de 6 meses tocó la puerta un joven como tú con intenciones de alquilar una habitación.
- Mostraba - continuó - un trato ¡tan alegre y lleno de vida...! - se quedó un momento pensativa, con los ojos hacia arriba y tornados ligeramente hacia la izquierda, como se hace cuando se intenta recordar algo. - Este joven era muy cortés, amable, fino y delicado. Parecía un "gentleman". Su piel era como el color de la canela. Era de Barahona y desde el primer momento me pareció de buena familia, como él mismo confirmó tiempo después. Había llegado a Santo Domingo hacía alrededor de seis años a estudiar en una de nuestras universidades. Había terminado la ingeniería industrial hacía un año y trabajaba, en ese momento, en CODINA como coordinador de control de calidad, era un trabajo temporal. Abrahám era su nombre. Cuando el tiempo del puesto terminó, un mes después de haber decidido su hospedaje aquí, se dedicó a buscar empleo en otros lugares, inclusive en el mismo CODINA ya que pagaban muy bien y era un excelente ambiente de trabajo.
Marcos estaba entretenido escuchando a la muy locuaz y dulce señora, evocaba a su abuela, a quien tanto quería, cuando le contaba historias con gran fruición y empeño. También había sido hechizado con la palabra "tragedia" y por ello no interponía obstáculos en la historia que contaba la señora.
- Abrahám - proseguía la señora - no tenía malos gustos, frecuentaba el teatro y el cine, y acudía con frecuencia a exposiciones de arte. Tenía amigos inseparables, con ellos salía o jugaba "rominó", como le llamaba al juego de dominó teniendo como bebida principal el ron. De vez en cuando viajaba a Miami o Puerto Rico. Le gustaba la independencia personal y el estar lejos de su familia, a la cual visitaba mensualmente; no aparentaba tener problemas personales. Muy por el contrario, cuando compraba algo venía sonriente y diciendo: "mire lo que con mi esfuerzo he conseguido". Era muy locuaz, simpático y entretenido: todos le queríamos. Utilizaba unas expresiones jocosísimas - la señora sonríe con tristeza y melancolía -, por ejemplo cuando estaba aburrido aquí en la casa decía, levantándose enérgicamente del sofá, en el que gustaba sentarse a ver los videos que alquilaba, decía: "me voy a podrir si me quedo aquí, tengo que buscar una víctima con quien salir a distraerme" y llamaba a alguno de sus amigos, quienes las más de las veces accedían a salir. Venían a buscarlo y lo traían tarde de la noche. Eso sí, ¡bebía y fumaba muchísimo!, pero no parecían estos vicios afectarle.
La doméstica en ese momento entraba a la casa pidiendo excusas por haber ido "al colmado de la esquina a comprar algo". Doña Luisa la miró enojada, no respondiendo a sus excusas, y le ordenó traer un jugo para Marcos. Fuese la joven a cumplir sus órdenes. Doña Luisa la perseguía con vista fulgurante, achinando los ojos. Luego se calmó, respiró hondo y prosiguió su relato.
- ¿Sabes lo que pasó hace alrededor de un mes? - pausó un momento frunciendo el ceño, levantando los brazos y moviendo la cabeza hacia el techo. - La alegría, que era como su sombra y con la que se cubría la casa, comenzó a menguar en su oscuro y bello rostro canela; los amigos, a quienes llamaba "para no podrirse", dejó de llamarlos; las diligencias para emplearse, las abandonó; sus gustos por el teatro, el cine y el arte, como por brujería, tal vez haya habido algo de eso - susurró en secreto, mirando antes hacia los lados -, desapareció. En sus buenos tiempos se levantaba a las seis de la mañana a montar su "mountain bike" que tanto le gustaba; en su crisis se levantaba después de la nueve, salía de sus habitaciones en pijama y desgreñado, y exigía su desayuno. La comida que aquí servimos a los inquilinos es estrictamente a una hora, pero dado el caso del gran cariño que sentíamos por él, hicimos una excepción y se le servía sin mayores complicaciones.
La música que dejaban escapar las bocinas del radio se hizo más pesada. Era un poema sinfónico de carácter nostálgico, sombrío y melancólico; que antes que exacerbar el espíritu, causaba cierto estupor. Un chelo se oía con violencia, un contrabajo continuo e insistente, acompañados por el rumor tedioso de los tambores, que hacían vibrar las bocinas. Los violines se ejecutaban con lentitud, un "adagio lentíssimo" dirían los musicólogos. Marcos relacionaba las palabras de la doña con esa música y el corazón le palpitaba acelerando su adrenalina y presagiando el significado de la exorcistica palabra "tragedia".
La doméstica se acercó con dos copas, a través de las cuales se percibía el amarillo extracto de las naranjas. Primeramente sirvió a Marcos acercándole la bandeja; él tomó la copa así como también una servilleta sobre la cual estaba. Margarita se acercó luego a la doña, que la observaba con mal disimulado enojo. En la espalda del sillón, había un librero donde se observaban, aparte de grandes clásicos de la literatura universal, finas porcelanas y miniaturas; delante del librero había una escalerilla y en el lado derecho de ésta, una mesa-bandeja. En la mesita que servía de centro a la sala y que separaba a Marcos, que estaba en el sofá, del sillón donde estaba sentada doña Luisa, Margarita dejó la bandeja; se dirigió luego a mover la mesa-bandeja de manera que quedara colocada a la derecha del sillón donde estaba sentada la anciana. Siguiendo a esta acción, Margarita tomó la bandeja nuevamente y la dejó sobre la mesa-bandeja. Todo esto lo hizo con impresionante rapidez y desenvoltura, aunque apreciábasele un ligero temblor en las manos, a seguidas se fue de la sala. La señora atrajo la mesa-bandeja hacia sí con movimiento parsimónico, de manera que la bandeja quedara sobre sus piernas, tomó su copa y unas pastillas que habían también en la mesa; a cada trago se tomaba una pastilla hasta agotarlas. Cuando hubo terminado, al que Marcos bautizó como "el rictus medicinal", movió la mesa-bandeja a su posición y continuó su relato.
Intentó reanudar su monólogo, pero frunció interrogante el ceño, preguntándose donde lo había dejado. Marcos mostraba actitud de querer ayudarla, pero ella rechazó el gesto con un movimiento de las manos que indicaba haber recordado.
- ¿Tú sabes lo que pienso? - dijo interrogante pero sin esperar respuesta, y prosiguió con la seguridad en lo que iba a decir, basada en sus años y conocimientos -, no fue culpa de él esa actitud, sino de la sociedad. Tantos anuncios en la televisión: "¡para sentir el placer de la vida fume un cigarrillo marca de tal!", "¡haga éste viaje con su familia a éste país", "¡beba ron añejo tal!", "¡regale esto!", "¡coma aquello!", "¡vista de esta manera!", "¡calce sus pies con estos zapatos!", etc. Toda una serie de anuncios que nos quieren marcar una pauta y un estilo de vida; los fantasiosos se dejan llevar de tanta propaganda. El quiso ser independiente, viniendo de una buena familia es normal que se deje llevar por la vanidad de la opulencia dado su nivel de vida. Consigue un empleíto temporalmente, donde, por casualidad, duró más del tiempo convenido llegando casi al año. Le pagan bien, se entusiasma con el trabajo. Puede costearse sus gustos que tanto anuncian y se siente realizado. Se dejó influir por ésta maldita sociedad consumista - respira hondamente, sorbe un trago del jugo, que aún queda en la copa, y prosigue -. Los amigos se le unen, todos se cuenta sus éxitos. Tienen una especie de ingenua competencia. Pero, ¿qué pasa cuando pierde el empleo?. Nada, todavía el tiempo, el cual como gota de agua sobre una superficie a la que martilla con paciencia e insistencia sabiendo o aún no sabiendo sus consecuencias, no había mellado el carácter del joven. El se siente desplazado sin saberlo y sólo responde mentalmente "no importa, ya volveré a trabajar y me pondré a la altura de mis amigos", creyendo que los trabajos están esperando, en esta época de crisis, donde las empresas lo que buscan es trabajar con la menor cantidad de empleados posible, y antes que contratarlos, prefieren despedirlos.
- Un joven que estuviera viviendo con su familia - continúa -tal vez pudiera soportar todas esas decepciones con estoicismo, pero él estaba solo en Santo Domingo, su familia en Barahona, ambos, extremos de la isla. No estaba la madre que le pasara lo acariciara y consolara, el padre que le diera el consejo, los hermanos con quien compartir momentos que le evitaran caer en la depresión, palabra maldita que muchos dicen es de nuestro tiempo, sin embargo siempre la oí en labios de mi madre, que no era de nuestros tiempos, te lo aseguro. Sólo tenía a sus amigos, de los cuales se fue alejando porque sin ellos saberlo, enajenaban su alma con pensamientos nada relajantes.
Marcos mira hacia su reloj, moviendo sus ojos ligeramente hacia él, nota lo tarde que se ha hecho y hace una mueca con la boca. Son las 7:00 de la noche. Es noviembre y la noche comienza a las 5:00 de la tarde, a las 6:00 ya hay necesidad de prender las luces y a las 7:00 ya no se puede caminar sin foco en la profunda oscuridad de las noches sin luna, en una de cuyas noches estaba.
Doña Luisa nota el apuro del joven, pero está entusiasmada con los brillantes ojos con que es observada, y antes de que sea considerado aburrido su relato, se anima a darle pronto fin.
- ¡Si señor! - proseguía su relato -. Consumismo, falta de empleo, egoísmo, eso es nuestra sociedad. Los cardiólogos, siquiatras y sicólogos se están riendo con las muelas de atrás y sus manos deben estar gastadas de tanto frotar la una contra la otra. El tiempo del estrés, las depresiones, los problemas cardíacos por añadidura. Pues por todo esto mi hijo, un joven que se había ganado el cariño de todos a su alrededor cae en las negras fauces de la depresión - suspira hondo nuevamente -. Hace tres noches veíamos televisión, una magnífica película, para él una de las mejores de todos los tiempos "El Padrino". En la tarde fue a buscar esa cinta, cuando se sentía "podrío’", en los últimos tiempos, iba a la tienda de vídeo y traía buenos filmes. Telefonearon esa noche desde Barahona: era su madre. Tenía un espíritu tan triste esa noche; esa llamada pareció reanimarlo, pero pude oír que le decía a su madre que estaba desesperado, que no podía dormir y reconocía que eso no era normal en él, que "necesito un siquiatra", "me estoy volviendo loco", "no puedo más". Su madre parece que lo consolaba y seguramente lloraba porque él le suplicaba que no llorara por él, que no se lo merecía "un miserable como yo", "un despojo humano"... Doña Luisa pausó un momento, se le había hecho un nudo en la garganta, estaba roja, sus grises ojos mostrábanse acuosos y entristecidos; se puso la mano derecha, temblorosa, en la frente y así se mantuvo cabizbaja hasta reconfortarse.
Marcos la veía, ya impaciente porque no terminaba la intriga, ya indeciso pues no sabía como consolarla, ya cansado por estar tanto tiempo sentado, mas no hacía más que observarla con mirada patéticamente tierna.
- Luego de terminada la conversación con su madre se acercó nuevamente al televisor con rostro sombrío, triste y acongojado; los ojos rojos, por haber sido estrujados y las manos trémulas. No me salía ni una palabra consoladora, pues comprendía su pena; se me anudó la garganta, sentí ganas de llorar y me fui a mi habitación, en vez de ayudarlo. ¡Maldita decisión la mía! - gritó reprochándose - ¡Maldito el momento en que nos dejamos perder por las emociones! ¡Maldita sea...! - pausó como quince segundos -. Pero no lo hice, sino que me fui a mi habitación y lo dejé allí, solo con sus penas.
- Al otro día - agregó luego de hacer otra pausa - todo transcurre normalmente, excepto por el hecho de que Abrahám no es visto en la casa. Su radio-despertador se activaba a las 8:00 de la mañana y a las 12:00 del mediodía no había sido apagado aún. Telefonearon varias veces en la mañana. Margarita tocó a la puerta de su habitación, pero nadie respondía, por lo que asumió que no había nadie dentro. Sin embargo, el radio-despertador seguía encendido y él, siempre, lo apagaba al salir. A eso de las cinco de la tarde le pedía al nuevo inquilino, que tiene la habitación al lado de la de Abrahám, que intentase apagar el radio. El fue. Regresó sin color, con los ojos llenos de una expresión de horror, casi desorbitados, no podía pronunciar una palabra; tuvimos que sentarlo para que se calmara, luego nos explicó. El hecho estaba consumado: "Consumatum Est". Abrahám pendía ahorcado de la barra donde se cuelgan las camisas, dentro del closet. Dejó una carta en la que daba sus razones, ésta decía que se consideraba "un despojo humana", "un desecho social", "la consecuencia de los deshechos cloacales de la miseria", "que no tenía amigos", "que no tenía familia", etc...
Marcos advertía cómo a través de los poros, la señora transpiraba el dolor; cómo a través de los grises ojos, rodaban las lagrimas; cómo la cara se arrugaba haciéndose marcados surcos de pena y congoja. Está grandemente impresionado. En el radio se escuchaban armónicas melodías ejecutadas a piano, tal vez composiciones de Chopin, que aligeraban los entristecidos momentos junto a doña Luisa. Hizo un movimiento para acomodarse en el sofá, hizo gestos de que hablaría aunque mostraba por momentos vergüenza y dijo:
- Abuela - se levantó y pasó las manos por la encanecida cabeza de la señora, mientras se expresaba cariñosa y dulcemente -. Siento mucho todo lo ocurrido y agradezco su interés por enterarme. Creo que la decisión que tomó ese joven fue tonta, pues si sentía soledad, depresión y todas esas emociones que destemplan la más templada de las lamas, debió buscar ayuda o ir a su casa donde estoy seguro lo habrían acogido como todo hijo al que se quiere y como hermano al que se admira. No he visto la habitación, tampoco siento deseos de verla. Pero coincido con usted en que esta sociedad, a la que cabría mejor llamarla "suciedad", donde todos buscan triunfar no teniendo sentimientos con que consolar al otro. Los valores éticos y morales se pierden, pues el objetivo es llegar a la meta, no tomando éstos valores en cuenta. Una verdadera competencia desleal. Los amigos, si es que se puede llamar amigo a quien con "ingenua competencia" como usted dice no se compadece de ése que se siente aplastado socialmente por no poder producir, luego de años de dedicación al estudio; que añoraba, seguramente con ansias, el poner sus conocimientos a la disposición de esas "suciedad". Unos, desilusionados como él resuelven fácil sus frustraciones suicidándose, tratan de escapar a estos valores en decadencia, donde quién más tenga, más vale. Prefieren otros escapar en yolas a través del Canal de la Mona, buscar futuro en otras tierras. Pero creo profundamente, que los bajos o aún hondos pozos de frustraciones, donde caemos con frecuencia, no pueden hacernos conducirnos a estados de subestima en que perdamos todo sentido a la vida. Si fuera así, y nos dejáramos arrastrar, muy poca gente viviría. Luchemos, pero para bien, ese debe ser el lema. O es que porque fulano robe debo yo robar, o porque perencejo sea un corrupto y se haya enriquecido ilícitamente, también yo debo hacerlo. ¡No! Tenemos que luchar por planear, crear, organizar un mejor futuro que nos garantice otro tipo de esquema social. Rechacemos estos males sociales, no matándonos o uniéndonos a ellos, sino viviendo y anteponiendo sentimientos y leyes de ética y moral conforme al tiempo en que vivimos... En éstas y otras razones siguió Marcos enardecido, colérico y exacerbado, mientras doña Luisa admirábase y deseaba ardientemente que todos los jóvenes de nuestro tiempo tuvieran tantas convicciones, como éste que servía de ejemplo. Marcos aceptó quedarse en la habitación, luego de un esfuerzo vehemente de doña Luisa por que se quedara, donde según él decía "las consecuencias sociales tuvieron su aborto".
Varios días después, sonó el teléfono con la insistencia en que suena cuando hacemos algo que no podemos dejar. Margarita lo tomó:
- Haló, casa de la familia Ortíz-Díaz.
- Buenos días - respondió una cortés y muy melódica voz al otro lado del auricular -, le hablamos de Empresas Industriales S.A., el ing. Abrahám Mejía envió un curriculum y nos gustaría entrevistarlo, estamos interesados en sus servicios...
Fue interrumpida por Margarita, que dijo con voz solemne:
- Disculpe señorita, pero el ingeniero ha muerto...

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