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domingo, diciembre 26, 2010

Rebelión del Fuego



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Relato fotográfico inspirado en Foto "La Tierra del Hombre Íntegro" del fotógrafo español Rafael Turnes de colección "Con los pies en la tierra", tomadas en 1998 en: Costa de Marfil, Ghana y Burkina Faso.
Escrito en 2002 para concurso de Escuela De Escritores, Madrid, España.
Este relato quedó finalista en esta primera convocatoria a este tipo de relatos, en mayo 2002.
Mayores detalles: http://www.escueladeescritores.com/relato-fotografico-2002
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Cuando le dijeron a Bitina que quemarían a su padre al amanecer, y que acompañaría a su madre a buscar leña para encender la hoguera, no supo qué decir, pero la acompañó de buena gana.
Eran más de las once de la noche cuando salieron hacia el bosque de manglares, localizado a unas dos horas de la aldea, justo al lado de la laguna de la muerte.
Su padre la había llevado allí varias veces para que lo ayudase a recoger y cargar la leña, y nunca había puesto caso al nombre de la laguna hasta que le preguntó en alguna ocasión, hacía un año aproximadamente.
-¿Por qué le dicen así?
-Porque hay gente que ha visto la muerte reflejada en sus aguas.
-¿Y cómo es la muerte?
-Nadie lo sabe. Pero cuándo la vez la reconoces.
-Hay que ser grande para saber eso.
-No. Hay que ser adulto.
-¿Adulto y grande no es lo mismo?
-No. Pero en uno y otro caso también lo notas.
-Soy una niñita, ¿seré adulta cuando grande?
-Tal vez antes.
Quería mucho a su padre. Esa conversación había quedado en ella grabada profundamente. Por otro lado él no se expresaba muy claro. Y quizás la impresionó más el misterio de sus repuestas, que aunque esperaba algún día descifrar, consideraba que a sus seis años, le faltaba mucho.
Seguía a su madre que caminaba cabizbaja y arrastrando lentamente los pies rumbo al bosque mientras ella recordaba a su padre. La madre se detuvo, dio la vuelta, y le pidió que anduviera delante. Eso fue justamente frente a la laguna, que aunque invisible por la oscuridad, sentían que estaba a su derecha. No había luna. La fría humedad y el vaho a azufre fueron las señales. Pero también las ranas que croaban desde distintos puntos en la orilla y el sonido del movimiento de reptiles flotando sobre las aguas. En lontananza un graznido apagado de alguna lechuza cruzó a través de las paredes de la oscuridad.
Llegaron al bosque. La búsqueda de la leña se hacía muy agotadora y larga. Las lluvias, que habían estado cayendo desde hacía algunos días, impidió que encontraran leña seca.
-Una Humareda. Eso es lo que provoca esa leña húmeda, si es que arde. Nunca la escojas. Tómala seca, pálpala para sentir su sequedad. Si no está en esta zona, de seguro que al otro extremo del bosque hallarás, al cual por estar tan tupido, penetra menos el agua.
-Mamá, yo creo que esta leña no será apropiada.
No la escuchó. Seguía recogiendo entonando alguna canción lenta y guturalmente. Bitina se le acercó e insistió halándole la túnica talar que traía, entonces se detuvo y prestó atención apretando los labios. Entonces le informó que su padre le había explicado que la escogida por ella sólo produce humo, pero que sabía con seguridad adónde encontrar la apropiada. Accedió, y Bitina la guió brincando de forma simpática sobre sus pies descalzos, hacia el lugar decidido, con su vestido largo flotando como un fantasma en el oscuro bosque.
-El fuego sirve no sólo para guisar, o hacer armas. Tiene infinidad de propósitos. El fuego y el sol se parecen. Uno y otro nos hacen crecer hasta morir. El mismo fuego que a veces alimenta otras destruye, como el perro rabioso que quemaremos con esta leña.
Recordó esas palabras que le crearon una extraña sensación. Se reiteró varias veces que su padre ni era perro, y mucho menos rabioso. Los perros rabiosos escupían espuma, no sangre; como lo había estado haciendo su padre. Lo vio muy enfermo, extremadamente flaco, y con el estómago muy hundido. Nadie le había explicado qué pasaba. Todos se tapaban la boca, negaban con la cabeza y al entrar a la casa, no llegaban a su habitación. Esta mañana lo había visto a escondidas pues no la dejaban pasar, pero él tampoco la reconoció: su frente brillaba por el copioso sudor que le brotaba; no cerraba la boca, anhelando quizá algunas bocanadas de aire que no encontraba; movía su estómago como las gargantas de las ranas, y sus ojos estaban brotados mirando hacia ningún lado. Al salir de la habitación preguntó nuevamente a su madre qué le pasaba. Pero ella sólo respondía, con los ojos llorosos y acariciándola, que pronto estará bien, que estaba muy enfermo. Insistiendo en que no entrara nuevamente. Fue la última vez que lo vio, horas más tarde le dirían que acompañara a su madre al bosque.
Finalmente encontraron la leña, más bien yesca, con la que formaron dos pilas de tamaños y pesos diferentes. La madre tomó la mayor, y ambas regresaron con las pilas sobre sus cabezas.
Caminaban sobre el trillo de regreso a la aldea y amanecía. Bitina observó a su izquierda el sol envuelto en brumas que lo agigantaban, dorando todo a su alrededor, en la inmensa oscuridad del cielo. Luego miró hacia el bosque, de donde acababan de salir, pareciéndole un hoyo negro y hondo que le hizo apartar rápidamente la mirada.
Entonces fue cuando le llamó la atención el camino dorado que se extendía sobre la laguna y que conducía hasta el sol mismo.

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