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domingo, diciembre 26, 2010

El palenque.

Escrito en 2002. Publicado sin correcciones.
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El toro saltó la empalizada de maderos y dejó la multitud en el centro del palenque observando horrorizados el cuerpo sin vida de Moreno López, capataz, buen amigo y principal organizador de este evento anual realizado en las fiestas patronales del Seybo.
Morenito se acercó al cadáver de su padre, le arrancó el machete y corrió detrás del toro para vengar su muerte mientras recordaba el tratamiento que recibió Magarín, como lo habían llamado desde su mismo nacimiento, pues el padrote fue Magaro, toro temerario y peligroso que fue muerto de un disparo precisamente por su padre para evitar que embistiera en un arranque de ira al patrón Don Nicolás Fernández.
Era un toro solitario. Pero era el semental que demandaban los hacendados para encastar su ganado. Los bríos de ese animal, el negro brillante que cubría su cuerpo y las hermosas cornamentas sostenidas sobre una cabeza señorial que era levantada con el más alto orgullo y valía, le ganaron no solo el respeto sino los deseos de de las haciendas de la comarca por tener un ejemplar que proviniera de él, no importaba el precio. Y no erraban en sus observaciones. En efecto, obtenían los resultados que buscaban, de tal forma que Don Nicolás prácticamente confiaba en él el mantenimiento, crecimiento y expansión de su hacienda. Hasta que surgió Magarín.
Morenito era apenas un niño de unos 13 años cuando nació Magarín. Ese toro bravucón no permitía que nadie se acercara a ese becerrito, particulamente, a pesar de que nació prácticamente muerto sino hubiera sido por el veterinario que hizo ingentes esfuerzos para salvarlo. Sin embargo, su papá le había dicho que no serviría ni para ser semental, y ni siquiera para carne, pues era debilucho y poco brioso. Sin embargo, lo cuidó en honor al respeto y cuidado con que Magarín lo protegía y se le acercaba. Nunca había visto que un toro tan brioso y furioso como ese tratara así. A pesar de todo había que estamparlo.
No valieron esfuerzos para evitar que Magaro atravesara las empalizadas y viniera en pos de su muerte tratando de salvarlo de esa maldita estampa. Morenito nunca lo había visto tan furioso, dispuesto a todo como esa ocasión. Tampoco a su padre tan apurado por el riesgo en que puso la vida de Don Nicolás. Advirtieron el peligro primero porque arrastraba la empalizada donde estaba y el trote de su carrera contra ellos invistiendo a los muchachos que debieron ocultarse y protegerse espantados pero del que no se salvaría el grupo que estaba a campo abierto con el becerro amarrado al tallo del jobo al lado del cual había sacado ya el hierro incandescente con que fue marcado a pesar de Magaro. Moreno disparó y el toro calló, junto con la prodigalidad que había traído a la hacienda. A pesar de ello Don Nicolás botó a Moreno y salieron de la hacienda y sólo le dio a Magarín, maldito becerro que nunca mostró la menor intención de ser un toro de calidad.
Pero Moreno lo crió con esmero, pues era lo único de que disponía fuera de su familia. Pensó que venía de un padrote y madre de raza. En algún momento surgirían los dotes con que la naturaleza debió proveerlo. Morenito recuerda que Magarín creció comiendo yerbas de la mejor calidad, pues su papá empleado por otros hacendados, no le faltó trabajo. Y a pesar de que crecía con la esbeltez de sus antecesores, no así con su bravura, carácter indomable y deseos de encastar.
Así que Moreno decidió llevarlo a las fiestas patronales para ver si lanzándolo al inofensivo palenque donde se hacían burla tanto de los mejores toros, para cansarlos persiguiendo a la gente que participa de esta simpática actividad, intentando infructuosamente de cornearlos.
Llegó el día. Llevarlo no fue difícil pues era dócil. De hecho tenían la seguridad de que no sería divertido para la justa, pues siempre había sido indiferente a todo lo que fuera diferente a comer, dormir o beber en el prado.
Para azuzarlo Moreno saldría a la arena y tal vez funcionaría mejor. Lo soltaron, y en efecto, tal y como se esperaba dio dos pasos hacia el palenque y ahí se detuvo. Comenzarlos los abucheos y la solicitud de que lo sacaran y Moreno decidió acercarse para tomarlo y llevarlo. Pero entonces, Magarín tomó la gallardía de su antecesor y se precipitó hacia Moreno a quién dio una cornada con la que lo lanzó verticalmente hacia el aire, y lo recibió levantando violentamente la cabeza e hilvanando sus cuernos contra su cuerpo. Y así lo hizo varias veces, con el horror y silencio de todos, para luego dejar el cuerpo inánime sobre el palenque y dar un salto como nadie vió antes por encima de la empalizada.

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