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domingo, diciembre 26, 2010

La Sorpresa Insufrible

Publicado sin correcciones. Escrito no sé cuando, quizás en 1997?
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- I -
La mañana está soleada y ricamente perfumada por las emanaciones del viento. Los pajarillos trinan con vigor a la vez que vuelan jugueteando de rama en rama, de nube en nube, de nido en nido. El día está agitado, es lunes, inicio de la faena semanal.
El tráfico en la calle está convulso, carros privados pasan con velocidad, guaguas y vehículos públicos van abarrotadas y parecen explotar. Los peatones caminan con ritmo distinto; unos con prisa por el tardío despertar, otros lentos pues acaban de llegar. Dentro de los lentos están otros que no saben donde van. Caminan, caminan, caminan; pero ¿hacia dónde?, quién sabrá. Es el caso de Rodolfo, que camina por las calles sin conocer su sima. Se le ve rumorar algo desde lejos. Unos jóvenes de esos cuya obligación les permite sentarse en una esquina a contar los carros que pasan, exhalar su negros y polutos humos, escuchar el estertóreo sonido del escape; uno de esos jóvenes, Luis por cierto, escucha el ligero murmullo de Rodolfo al pasar:
- ¿Qué día es hoy? - murmura Rodolfo. Caminaba por la acera. Su rostro maduro chupado por el tiempo, flaco y demacrado daba muestras de haber pertenecido, ya hace algún tiempo, a un hombre decidido, fuerte y bien parecido. Su piel india, el pelo blanco como las nubes o la espuma del mar caribeño, aumentaba la apariencia de anciano que mostraba su rostro, su frente olas en mar picado. Los ojos, muy abiertos y expresivos, como aquellos de los que sufren y mantienen la esperanza de tiempos mejores. Con labios trémulos, convulsos, acompañados por una voz quejumbrosa y evocando grandes sufrimientos preguntó nuevamente al aire como preguntando al tiempo -¡¿qué día es?, carajo!.
Doblaba en ese momento la esquina donde se encontraba Luis sentado, éste le responde, pensando que es a él a quien pregunta:
- Lunes - y agrega - no ve qué agitado está el día, amigo-. Luis se queda esperando una respuesta. El viejo parece absorto en sus pensamientos, cavila profundamente; vuelve a preguntar como ignorando haber escuchado - ¿Qué día es?.
- ¡Óigame, no le dije que era lunes! -, repitió Luis con fuerza pensando que el señor no había escuchado. Al ver lo extraño del rostro del señor, salta desde muro dónde estaba sentado y le pregunta - ¿Qué le pasa señor?.
En ese momento pasa un motorista, generando su motor un estridente sonido, que sacó de su ensimismamiento a Rodolfo.
- ¿Cómo dice? - pregunta Rodolfo, moviéndose bruscamente como si hubiera despertado.
- Bueno - responde Luis -, usted estaba preguntando qué día era, yo le respondí, pero parece que no oyó porque le dije nuevamente y continuó igual, fue entonces cuando pasó uno de esos malditos motoristas que con su ruido rompen los oídos a cualquiera y parece que lo despertó.
- Ah, mi hijo - continuó caminando Rodolfo mientras hablaba -, dicen que el tiempo todo lo repara, pero no sé que ha pasado en mi caso. Por momentos caigo en grandes cloacas de las cuales no salgo si no es con fuertes estímulos-. Rodolfo se acerca en su lento caminar a un banco donde se sienta. Luis que le acompaña se sienta a su lado escuchando atentamente.
- Yo no estoy bien - bajando la voz y acercándose al oído de Luis dice - soy loco-.
Luis abre los ojos, se le dibuja una ligera sonrisa en los labios y le pregunta: - ¿cómo es eso?
Rodolfo hizo un profundo silencio, que contrastaba con el gran ruido de la avenida.
Al frente del banco donde estaban sentados había un gran supermercado, uno de los más grandes. Era la esquina, a la izquierda de donde estaban sentados Rodolfo y Luis, la intersección de dos grandes avenidas. Los semáforos cambiaban con prisa sus poderosos colores, bocinazos se oían con fuerza, al no lograr en la oportunidad que les da, los vehículos pasar. En la espera que indica el rojo aparecen los mendigos haciendo gala de sus triste suerte: uno sin brazos, untado su cuerpo con yodo, con la camisa desabotonada mostrando con cara patético orgullo su fortuna; una señora mostrando cómo la piel se despega internamente formando figuras externas, que cuelgan como naranjas o mangos de su accidentada piel; otro señor sin piernas, desnudas éstas y mostradas ufanamente; parias en sentido general cuya ¡ACTUACION PARECE LA REPRESENTACION DE UN CIRCO! Otros jóvenes se dedican a la venta de flores, libros, perros, verduras; otros a la limpieza de vidrios, en fin hay de todo tipo de especies humanas y buhoneros, cuyas vidas dependen de cómo generar más ganancias a través de la compasión que generen unos, de la necesidad que tenga el conductor de llevar lo que venden otros. - Hoy creo que se cumplen varios años, tal vez cinco o seis, de mi desgracia, años éstos que no han sido fácil y tampoco lo serán - dijo Rodolfo con rostro compungido, sufrido y melancólico.
Comenzó su relato con voz estridente para superar el ruido del tráfico y también para disimular su sufrimiento.
 Escúchame con atención, pues no creo que algo como esto haya pasado aún, ni podrá pasar... - Rodolfo dijo sin terminar sus melancólicas palabras, bajando ligeramente la cabeza, como buscando en su oscuro y enmarañado armario donde ha colgado seguramente todos sus recuerdos.
- II -

La historia que Rodolfo cuenta a Luis es esta:
Luisa era el nombre de su esposa. Era blanca, de rostro pálido y bello. Su cara ovalada, la nariz fina aunque levemente encorvada - le había dicho ella que recibió un fuerte golpe por una caída en el pasado-. Ojos marrones como el color de la caoba, amplios, expresivos, rodeados de ojeras no muy oscuras. Su pelo rubio y largo caía en torrente como un salto cuyas aguas han sido ennegrecidas por el caudal y cuyo fulgor refleja el brillo del sol. La frente, sin arrugas y plana, mostraba la tranquilidad de personas devotas.
Se esmeraba para mostrar el esplendor y las habilidades culinarias que había casi olvidado. Olvidadas por los problemas económicos, por el giro que da la vida al bajar de estratos sociales como consecuencia de dar pasos, que al momento parecen acertados pero que el tiempo se encarga de desfigurar y mostrar como realmente son, pues fueron camuflageados, y engañaron. Decisiones que suponemos resolverían nuestros problemas por algún tiempo. Solucionan estas decisiones, si acertamos al tomarlas. Acertar... ¿es acaso tan difícil?. Tal vez no, tal vez sí. Depende del clima que circunda, de las opciones que tenemos o de las perspectivas que muestra la vida. Vivimos de decisiones, hablan continuamente libros cuyos propósitos son aumentar nuestra confianza, incentivar nuestra empresa, exacerbar nuestra alma y embriagarnos con el optimismo que desprenden. Se dan tantas razones, tantos criterios, y aparenta tan fácil el seguirlos. ¡...sé amigo de todos!, ¡...no tengas problemas con nadie!, ¡...manténte firme!, ¡...no hagas caso al que ofende!, ¡...muestra la otra mejilla!: todos pensamientos antihumanos. Y, dichos por un momento...
- Es el día de aniversario de ambos. ¿ Por qué no hacer más ligera nuestra pena y preparar una rica cena?, - pensó Luisa con el rostro alegre, risueño y de amante feliz.
La cena esta lista, son las siete, y Rodolfo aún no llega. Usualmente a las cinco está en casa leyendo los periódicos, observando el televisor o terminando algún trabajo en su computadora.
- III -

La vida de trabajo es dura, mas a Rodolfo le gustaba su trabajo. Se hizo técnico en programación de computadoras y hasta un momento la fortuna le había sonreído. Había dedicado mucho tiempo a su trabajo en una compañía de seguros. La iniciativa con que se manejaba había permitido la proyección de sus ideas, mostraba más conocimientos que sus superiores y otros que por ser profesionales se sentían con más derecho de escalar posiciones en la organización, personas jóvenes pero de pensamientos viejos y anticuados; celosos de sus puestos, que observándolo de manera adversa trataban de truncar sus sueños de joven inteligente y soñador.
Su tez era exótica y atractiva, común entre los hindúes. Ojos marrones claros, como el color de las pencas de palmeras. Ensimismado, taciturno, bien parecido, rebelde e inteligente. Flaco y larguirucho, de porte desgarbado, frente ceñuda y orejas pequeñas. Su pelo castaño oscuro, maltratado y ensortijado como los de personas que disfrutan frecuentemente de los baños de nuestro caribe mar.
Su pensamiento era que la fortuna dio la victoria a sus detractores y envidiosos compañeros. Creyéndose él, en confianza comenzó a manifestar sus sentimientos en contra de los malos sueldos, problemas de la empresa y desagrado con las malas decisiones tomadas por el jefe ausente en la reunión. ¡Ah sorpresa!, siempre existe aquel cuyos intereses y objetivos en la vida van acompañados de las apariencias. Apariencias, que según él, buscan conquistar con malas intenciones la confianza y el amor de las personas, conocer lo suficiente de ellas, disfrutar de venturas y desventuras, para luego alzarse llenos de sabiduría en contra de a quienes ofrecían su amistad. ¡Qué vergüenza, qué apestosos son ...!. Le repugnaba y pensaba que la sabiduría no puede estar en manos de todos, sólo personas nobles deben poseerla, sólo ellas pueden darle un uso más altruista, humanista y menos egoísta. Por escalar posiciones de manera rápida, rompen las reglas éticas, preparando zancadillas, trampas, inyectando el veneno de sus almas negras y cual erizos blancos que se mantienen con paciencia ascética, sobre la arena y bajo las saladas aguas del mar esperan el momento oportuno en que la víctima se acerque y al dar un paso cerca de ellos, hacerle daño, aguijonearlo, hacerles probar el amargo sabor del dolor. Chismes, adulaciones, apariencias nobles, !ah, cuánta hipocresía en el mundo!: su corazón ardía de rencor, estallaba de impaciencia, estaba frustrado, aletargado, aburrido...
Víctima de esos erizos blancos perdió el trabajo en el que había puesto tanto esfuerzo, y ahora, como obrero en construcción su rostro se transfiguró de fuerte y vehemente a neurótico y trémulo. Pero su fortaleza se encontraba en su confianza en sí mismo. Tan pronto la perdió, se dejó caer en el fango del destino. Problemas, problemas, problemas más problemas. De un sueldo acomodado a uno miserable, es la misma historia. Destruido en los albores de su juventud, por la semilla maligna de sus envidiosos condiscípulos. Se había casado, la felicidad y bonanza le habían llegado juntas. De la misma manera se fueron esos tiempos benignos llenos de amigos, fiestas, eventos sociales, viajes, hoteles, conferencias, cenas teatros. Pero se mantuvo altivo el espíritu de una mujer que supo aceptar ese fracaso, que incentivo y redujo la pena hasta el máximo. El se sentía orgulloso pero a la vez avergonzado. No se sentía digno de una mujer tan brava, amable y valiente, que había soportado con aire constricto y circunspecto los vientos huracanados del fracaso, del cual él era tan culpable como aquellos erizos. Sí, culpable, el se culpaba y culpaba a otros, quien le invitó, pensaba, a permitir que la profundidad de sus pensamientos fluyeran de sus labios con la rebeldía de un adolescente atolondrado; quién le dijo que el mundo era de un sólo color o de dos o tres, ¿acaso colores sólo hay blanco y negro; acaso todos los días son despejados o todas las noches tachonadas de estrellas; es posible que la ingenuidad se presente en personas que saben o por lo menos sospechan la necesidad de fuerzas para soportar la espuela del gallo de la envidia?.
¡Basura, todo es basura!; apariencias, conocimientos, pasión desenfrenada por la amistad, libertad, ¡bah!. Nosotros trillamos nuestro futuro, lo que sembramos cosechamos, se decía constantemente, torturándose; lo que soñamos con esperanzas de cumplir se tiene que convertir en metas por las que tenemos que luchar con vehemencia y arrojo; si no lo hacemos, caeremos víctimas de las circunstancias pues para vencer se necesita ser fuertes, cuando no tengamos las fuerzas suficientes para seguir adelante, cuando cerramos nuestro ojo avizor, seremos destruidos.
Por más amable que se sea, por más galante, buena gente, siempre tendremos enemigos, águilas dispuestas a cegarnos sin consideraciones. Vale más demostrarles nuestras fuerzas que ceder humildes y temerosos a las de ellos, intentémoslo pues es mejor decir mañana por los menos luché por mi verdad, que decir debí luchar. ¡Nada personal, esto es asunto de negocios!, ¿por qué ellos tienen derecho a usar todas las armas y nosotros no?, acaso porque somos más capacitados, más profesionales, no puedo ponerme a su nivel, bueno, pues si tienes nivel utilízalo, para que no sucumbas a sus redes, que seguramente preparan teniendo en cuenta la actitud pacifista que tendrás. Somos amigos mientras tus intereses no choquen contra los míos. Ahí te mostraré mis uñas, mis dientes, mis golpes, por la espalda por el frente, espéralo, manténte a la ofensiva. Defiendo mi verdad como defiendo mis hijos, pues ésta es tan hija mía como lo es un gen.

- IV -

Rodolfo sale como de costumbre de su trabajo, que lo deja muerto, digitar documentos durante todo un día. Los esfuerzos que tiene que hacer por mantener su rapidez lo dejan anonadado, semejan los del obrero taladrando diariamente. Salía con sus compañeros de trabajo a las cinco.
Hoy lograron establecer un "récord" de digitación y los jefes aparte de invitarles a compartir un rato en uno de los "happy hours", les incentivaron con buena paga. Todos alegres, canearon, gozaron, se entretuvieron, agradeciendo a los jefes sus atenciones. No hay nada que incentive más al hombre que el que reconozcan el esfuerzo y la calidad del trabajo que desarrolló y, por eso, el que los jefes brindaran junto a ellos, compartiendo el éxito alcanzado los enorgullecía, exacerbaba sus espíritus. El baile, la música, todo aumentaba el entusiasmo y les hacía disfrutar. Rodolfo raras veces compartía y salía de su ensimismado carácter, pero la ocasión de hacerse partícipe de semejante agasajo se presentó y decidió unirse.
Su pensamiento ya más maduro y menos atolondrado se transportaba por las olas tenebrosas de la mente, las cuales ayudadas por las brisas de la pena lo abstraían lejos del lugar físico donde se encontraba. Estaba allí pero en cuerpo, su mente divagaba lejos, el brillo de su pensamiento conservaba la sombra de muchos años antes. ¿Por qué no olvidar, es tan profunda la pena que nos atormenta, que no podamos arroparla con la sábana del olvido?, tal vez su mente era débil, no se sentía bien, accedió a tomar una vaso de "cuba libre", terminando ése y le brindaron otro y otro, hasta que cedió a la relajante situación provocada por el alcohol: ¡la ebriedad se encargó del resto!.
- V -

Luisa dormía sentada y con su cabeza sobre la mesa, utilizando sus brazos cruzados como almohadas. La mesa estaba aún puesta y las velas, que sostenían los candelabros, apenas tenían mechas. Su pelo rubio alborotado la cubría.
Había servido sobre la mesa, una botella de vino tinto, gustaba mucho de los vinos, con copas tipo flauta. En verdad se había esmerado para celebrar el acontecimiento tan vilmente olvidado. En el centro de la mesa puré de papas, bellamente arreglado, adornado con ajíes rojos cortados con finura y delicadeza, éstos servían de tinta a la leyenda del puré: "FELIZ ANIVERSARIO". La ensalada estaba hecha de pepinos, lechuga y remolacha. Dos lonjas de filete hechas con una salsa completamente roja, y aunque aparentaba haber exhalado el rico olor que caracteriza a los ricos manjares la verdad era que mantenían el bouquet. La cena cumplía con las tres cualidades principales de una buena comida: olor, color y seguramente sabor.
De repente alguien abre la puerta de manera descuidada y grosera. Ella despierta y levanta la cabeza con oídos atentos y ojos completamente abiertos. Ve la puerta abrir más y más. Alguien penetra dando tumbos. La penumbra en principio impedía el que se viera quién entraba, luego fue fácilmente reconocible. Era Rodolfo. No hacía intentos de disimular su embriaguez, más aparentaba hacer a propósito sus movimientos. Ella se levantó con paso decidido, lo embistió con una bofetada, luego otra y otra. El le agarró los brazos no entendiendo el porqué de su conducta. - ¿qué pasa, por que me tratas así? - dijo Rodolfo con la voz pastosa. Ella trató de soltarse, el la agarraba con fuerza. La imposibilidad de soltarse, la ira que la había poseído y el estado en que lo veía provocaron en ella el llanto angustiado de las personas que sufren.
¡Qué congoja!, la mujer, maltratada y desconsiderada; llena de sentimientos, desairada, traicionada. Ella había preparado con esmero, amor y dulzura un banquete, del cual no se pueden dar el lujo de gozar. Y él le recompensa apuñalando su orgullo, vanidad y abnegación con el puñal del olvido y, por encima de eso llegando tarde, borracho y en condiciones desastrosas.
- ¡Desgraciado, desconsiderado, aguafiestas, animal, bestia!-. Luisa le reprochaba con rabia, fiereza y ahogada en llanto. Sus ojos estaban desorbitados por la cólera. Cuando las penas se callan, no desaparecen, se acumulan y explotan por una simple gota. Ella sufrió mucho callada, era tiempo de mostrar que sufría, que no es de él únicamente la carga tan pesada que llevaban. Ella disfrutó los buenos tiempos, ahora son tiempos malos y también los sufre.
- ¡Tú bestia maldita no me amas, me hundes, pisoteas y amargas; intento ayudarte a reducir tus sufrimientos e intento aligerarte la carga de ese maldito fracaso que todavía exhibes como si fuera un trofeo, que reflejas en cada paso que das, cada vez que te bañas, comes, haces el amor, ¡Ja, haces el amor¡. No lo soporto, no puedo vivir mi vida al lado de un hombre cuyo fracaso lo obliga a vivir en el pasado. No disfruta de la vida tal cual se presenta. Que extorsiona mi vida con su pena; y yo, estúpida, me compadezco ante la suya, intento soportar la carga y no logro motivar el cambio. Ahí llega la ingratitud de los hombres. Si te hubiera tratado con la punta del pie, reprochando los errores cometidos y atacando tus actitudes de frustrado, de muerto en vida, de apalastrado social y alienado, seguramente ya habrías salido del letargo en que vives. Miserable. (El la suelta, y cae al piso) Crees acaso que la vida te cierra las puertas por los fracasos, al contrario, te crea el problema para que encuentres la solución. Pero en estos períodos de crisis es que se moldea la personalidad del hombre, al momento de decidir es que se muestra la actitud del hombre hacia los problemas. Te has dejado ahogar en las aguas angustiosas del fracaso y no has nadado a salir de ellas. No has visto hacia delante, al horizonte, no sabes acaso que todo día tiene sus días y sus noches, que detrás de cada día viene la noche, que la noche acaba ante la aurora!.- Ella ya suelta y ahogada en llantos se fue a su habitación.
El se había quedado atónito, no se podía mantener de pies con el empujar y halar de ella al tratar de zafarse. Al fin la soltó y cayó de cuclillas, casi en posición yoga. La escucha a la vez que se ponía las manos en los oídos. Ella había mantenido todo ese rencor por mucho tiempo esperando un cambio de actitud en él mas el ignoraba, porque creía que la pena era sólo de él.
La puerta de la habitación no tenía llave, pero no intentó entrar, estaba confuso, aturdido, no se explicaba que haber disfrutado un momentos con sus amigos traería tantos inconvenientes.
Con el ceño fruncido y la mirada interrogadora se levantó y con disgusto, desdén y rebeldía abrió la puerta. Estrelló la puerta al salir diciendo: - ¿quién comprende a las mujeres?.
- VI -

Sentía la necesidad de salir a airearse, había quedado aturdido, por esa recibida. Las estrellas tintineaban en la oscuridad, que solas brillaban en el firmamento. No había luna. Estaba muy fresca la noche. Ni un alma en la calle: eran las cuatro. Los establecimientos todos cerrados. Todo era silencio, sólo el murmullo de los grillos y el croar de una que otra rana se escuchaba.
Caminaba dando tumbos hacia el parque. Allí tal vez lo aturdida de su mente encontraría el sosiego que necesitaba para analizar su situación. Se sentó. Intentó explicarse, la extraña conducta que mostró su mujer.
En su rostro se dibujaba una sonrisa tonta y burlona, la misma que tienen los que abusan del alcohol. Manoteaba de manera poco coordinada a la vez que mueve hacia atrás y delante su cabeza. Movía su boca y hacía muecas descontroladas como si estuviera hablando con alguien. Parecía un loco.
- ¿Qué diablos le habrá dado a esa mujer? ¿por qué me ha hablado así?.- Escucha sonidos y gritos de personas en lontananza, se mantiene sereno, aparenta estar más calmado por lo que su análisis comienza a ser racional. - Yo me pregunto, ¿habré olvidado algo, qué de especial tiene esta noche?; me parece que su mal se debe a algo que le irritó mucho, pues no me dado por la herida que ella sabe está tan voluble sin motivo. ¡Quizá es cierto lo que ella dice, soy un pusilánime, un frustrado!, pero que puedo hacer para remediarlo.
Me he dejado absorber por mis temores y me he esclavizado ante ellos, he mostrado cuán débil soy. Pero si intento levantarme de que serviría - comenzó a ofuscarse -. Mis esperanzas menguan a medida que existo, sin posibilidades busco mejores trabajos, toco la puerta a quienes creía amigos. Deudas, problemas, ¡ah que situación la mía!, ¿acaso tendré que disfrazarme con una máscara y asaltar un banco?, no, no estoy tan desesperado. Bueno, por lo menos saldría de la pusilanimidad en que me encuentro-.
Vio el celaje de tres personas que corrían, huyendo de prisa y, pensó con desdén que tal vez eran ladrones; luego continuó cavilando. - ¡Tengo que saber ¿qué pasó, porqué me habló así?; voy hacia allá! - se levantó y caminó menos tambaleante, su pensamiento se había aclarado.

- VII -

Luego de abandonar el vestíbulo y gritar duramente a Rodolfo, corrió a su habitación. Cerró la puerta. Se tiró iracunda en la cama. Lloró desconsoladamente. No sabía por que ese arrebato o lo sabía, sabía que estaba harta de soportar esa cara triste y sin esperanzas, cansada de su pusilanimidad, cansada de la dulzura casi empalagosa con que lo trataba.
- ¡Ay de mí!, cómo he sido tan cruel con él (pensó a la vez que enjugaba sus lágrimas, oyó el sonido de la puerta, supuso que Rodolfo salió molesto), pero tal vez era mejor, era necesario dejar fluir lo que tanto me atormenta, ahora me siento culpable por hablarle tan hirientemente, pero se le pasará-.
A medida que pensaba bajaba su irritado estado emocional. Se sentía mucho mejor. Sentía que había hecho bien. Que la carga que tanto tiempo llevaba era necesario descargarla. Que tratarlo con dulzura y amabilidad sólo lo había mantenido en ese estado.
De repente voces, murmullos, interrumpió su pensamiento. En principio pensó que era Rodolfo, luego se estremeció ante la posibilidad de que fueran ladrones. La habitación no había manera de asegurarla. A través de las persianas entraba el aire fresco de la noche, las estrellas parpadeaban y barruntaban el peligro. El corazón comenzó a latir estertoreamente. El llavín se movía. Alguien abría la puerta delicadamente. Ella no podía permitir que entraran. En lo turbado de su mente alcanzó a ver
un bate. Rodolfo siempre lo guardaba en su habitación previendo esos casos. Lo agarró. Se paró detrás de la puerta. Veía como se abría despacio y lentamente, como si trataran de evitar un posible sonido de las bisagras. Alguien asomó su rostro por la abertura entre la puerta y el umbral. Al no ver a nadie acostado, entró en la habitación. Ella escuchaba el susurro provocado por movimientos de pasos quedos en la sala. El comenzó a abrir gavetas aparente calmada pero desordenada, ya aliviado por la certidumbre de que no había nadie en casa. No había mucho que tomar, algunos aretes, anillos, pulseras de escaso valor. Satisfecho en su búsqueda, giró hacia la puerta y se fue recibido con un fuerte batazo en la cabeza. Quedó estupefacto. Gritó fuerte. El dolor era intenso. Ella intentó golpearlo de nuevo. Pero el no lo permitió. Bloqueó el bate, la agarró y comenzó a golpearla convulsiva y despiadadamente. Comenzó a bofetearla, darle fuertes puñetazos, halarle el pelo con fuerza. Entraron sus compañeros y entre todos comenzó el estupro cruel y malvado de los desgraciados rateros, que aprovechando la ocasión humillaron, desgarraron. Ella intentaba gritar pero uno de ellos le tapó la boca con la mano y luego la amordazaron. La fuerza que había gastado, la crisis en que había caído la había llevado a un histerismo inenarrable. Ellos la mantenían acostada boca abajo, las rodillas en el suelo, encontraban gozo y deleite en su acción. La agredían con violencia mostrando con cobardía la
superioridad de la fuerza ante la racionalidad humana, traspasando los límites de la frontera, donde no existe razón y el instinto del animal salvaje trasciende la crueldad y rudeza. Alguien toca a la puerta: a escuchado algo. Los cacos suspenden la aberración, asumen posición de alerta. Buscan otra salida de la casa, entran a la cocina, abren la puerta, que estaba cerrada con cerrojos, y escapan.
EPILOGO

Rodolfo se acerca a la casa, venía cabizbajo y dando tumbos. Oye gritos. Levanta la cabeza. Ve un gentío aglomerado en la puerta de su casa. Se pregunta que pasará. Su corazón se acelera. La adrenalina le fluye y se le encrespan los nervios. Presiente lo peor. Se acerca a la casa corriendo, se cuela entre el gentío y entra. Busca desesperadamente a Luisa en la habitación, entra. Se quedó mudo al ver el cuadro cruel que presentaba ella, tirada sobre la cama, manchada de sangre, el cabello desordenado, la cabeza ladeada y con los ojos horrosamente desorbitados. La pena fue honda, se acercó a ella con cara sombría, temerosa, incrédula. Sólo una hora antes la había visto altiva, rebelde; ahora yace sobre la cama con los labios cárdenos, el rostro ensangrentado y fuertemente moreteado.
No pronunció una palabra. No brotó una lágrima. Sólo se acercó a la cama, se arrodilló y puso su cabeza sobre la espalda de ella. Minutos después se levantó, con los ojos abiertos como dos monedas, como lo abren los psicópatas; salió de la habitación con paso lento y parsimonioso. Salió de la habitación. Caminó con paso indeciso, como si no supiera que hacer. Vio la mesa puesta y al observarla notó la leyenda de uno de los platos que había sobre ella: "FELIZ ANIVERSARIO". Frunció el ceño y balbuceando sólo dijo ¿Qué día es hoy?.

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